Si no hay a quien enseñar...
Detrás del lío de cifras, de subidas y bajadas o de igualdades, se enconde el fin último de la educación, que no es otro que el de enseñar, y para eso son necesarios los niños y en León cada vez hay menos
Cuando se contempla el descenso del número de docentes en la provincia, y no sólo por los datos de este año, sino por el constante goteo curso tras curso, así como la reducción del alumnado, caen por su propio peso varias ideas. La primera: el campo ya no es lo que era. Antes las escuelas rurales no vivían el éxodo académico que hoy las expolia, y es que el tránsito haci la urbe sólo era para los más afortunados o para aquellos a los que la caja familiar o el denuedo laboral permitía el cambio. Ahora, la plaza principal es la ciudad y los satélites que la rodean hacen las veces de reductos a lo Uderzo que se retuercen los cuernos para conservar la vida de sus ancestros. La segunda: la ciudad ya no es lo que era. Comentan los más mayores que antes el estudiante de turno tenía sólo cuatro libros con los que sudaba tinta y aprendía latín, si alguno duda sólo tiene que consultar su temario y el de sus hijos, y resulta que ahora los infantes pujan como mulas bajo carteras descomunales que cobijan una docena de libros que luego sólo aprovecharán, con suerte, en un 80%. La tercera: ni los de aquí ni los de allá se ponen de acuerdo. Sindicatos y Administración se abofetean con datos desde ambos lados del cuadrilátero, pero ninguno termina de noquear al otro. Lo más sensato sería ponerse de acuerdo, por lo que abogan unos y otros. La cuarta: la vuelta al cole. De puro empacho pecuniario, trastoca la digestión de toda la familia y solivianta los ánimos del personal, dícese libreros, consumidores, sindicatos, amas de casa, los que ponen la ley, los que la cumplen, los que no, los que casi... La quinta: ¿sobran maestros? Si no hay a quien enseñar...