OPINIÓN
Oración pregonera ante la Virgen
De cómo la Pícara Justina peregrinó a la Virgen del Camino Corrían en España los azarosos tiempos del reinado de Felipe III cuando la Corte estaba en Valladolid y la debilidad del monarca se hacía patente en el manejo de los asuntos de Estado dirigidos por el ambicioso duque de Lerma, experto en maquinaciones favorables a sus intereses (muy cercanos a los de otro valido, Don Rodrigo Calderón, marqués de Sieteiglesias). Intrigas y conchabanzas que el monarca no alcanza a desbaratar. El rey es de buena ley, piadoso y preocupado por la suerte de sus súbditos ; pero ha hecho mala elección de consejeros áulicos que actúan más en la onda de los personales medros que en una política de bienestar para el común. Se está hundiendo la obra de Felipe II y el Duque de Alba en Flandes y, consecuentemente, se produce la independencia de aquellos territorios. En lo interior las cosas no marchan mejor. Las confabulaciones palaciegas, las tramas de camarilla de los ineptos secretarios -o ministros de entonces- y la carencia absoluta de políticas estables en lo relativo a policía y sanidad, recursos del Reino y atenciones generales, han ocasionado en la población una especie de fatalismo colectivo coincidente con el paulatino empobrecimiento de la tesorería del país. Pero, si en lo socioeconómico y seguridad pública el panorama es más que preocupante, no ocurre lo propio en otros aspectos de la vida nacional, como por ejemplo en el de las Artes y las Letras. Sobre todo la Literatura, que alcanza su culmen en esta época de «Siglo de Oro» -aunque el siglo literario comenzara un poco antes-, con la definitiva consagración de autores como Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón, Góngora o Quevedo, y alguno de los fieles seguidores de sus respectivas escuelas. Y si resultó fecunda la vena literaria en inspiración, narrativa y destreza para las fabulaciones, las retóricas y el arte descriptivo (como en el derroche de imaginación, socarronería y humanidad del «Ingenioso Hidalgo») no fue menos apreciable el éxito de la novela picaresca. Género literario, éste, en el que lo épico guarda mucha relación con lo caricaturesco y lo sórdido; con lo satírico y hasta con lo poético. En prosa y en verso. Pero no faltó en muchas obras una reserva de decoro y seriedad, una moral reivindicativa de lo espiritual. Y, además, una apelación a los cánones del buen humor sin concesiones a la chabacanería. Entre ellas, y con un rango muy apreciable, «La Pícara Justina» (de 1.605; por tanto rabiosamente coetánea del Don Quijote cervantino) novela de la que es autor, parece demostrado, el médico toledano Francisco López de Úbeda. ( Tal vez uno de los pocos ejemplares existentes en León, de edición contemporánea claro, llegó a mis manos gracias a una gentileza de María Herrero, de «Tauro». El libro está editado, y literariamente presentado, y muy bien, por José Miguel Oltra. Por cierto, su data es de 1.992, debiéndose esta reedición de la obra a un plausible gesto de Caja España). Aunque los cotejos bibliográficos y las comprobaciones de los peritos, respecto de los orígenes de «La Pícara», dictaminasen que la autoría correspondía a Francisco López de Úbeda, hubo, no obstante, en aquellos albores del siglo XVII, opiniones contrapuestas. Especialmente centradas en torno, precisamente, a dos religiosos de la Orden de Predicadores : Andrés Pérez, -leonés por más señas- y Baltasar Navarrete. Mi recordado, sabio y querido maestro de Literatura don Narciso Alonso Cortés dejó escrito en una de sus obras :»Aparece como autor (de «La Pícara») López de Úbeda, mas si bien es cierto que hubo un médico toledano de ese nombre, parece más probable que el autor de la novela sea el dominico leonés Fray Andrés Pérez (¿). Abundando en la cuestión, he sabido por el profesor Montero Reguera, conocido cervantista y titular de Literatura en la Universidad de Vigo, que recientemente se ha encontrado un documento notarial, fechado el 18 de abril de 1.605, dando fe de que Baltasar de Navarrete es el dueño de «La Pícara Justina». Ahora bien, ¿dueño de los derechos de edición?, ¿dueño por venta de esos derechos otorgados por el verdadero autor?, o dueño por autoría de tan singular novela? Creo, en resumen, que se trata de un ejercicio de divagaciones que ha dado más vueltas que las aspas de un molino. X X X Fue nuestra heroína mujer de raro ingenio, amorosa y risueña, con buen tipo y mayor brío; ojos zarcos, nariz aguileña y color moreno. De conversación suave, y única en dar apodos, también era dada a leer libros de romances. Respecto del matrimonio, nos dice Justina : «Los que pretenden casarse en estos tiempos, mienten en su calidad, y casi en todo, siendo el contrato que con mayor verdad se debe tratar». Y en cuanto leonesa, asevera : «La ciudad de León está solas tres leguas de mi pueblo, aunque hay en medio un mal paréntesis de un puertecillo (¿). Esta es la campiña donde dicen los antiguos que fue la primera fundación de León.(¿) No he visto hombres (los leoneses) más moridos de amores por su pueblo; donde quiera que se halle un leonés le parece que la mitad de los conversación se debe a la coronación y crónica de León.(¿) paréceles a los leoneses que alabar a otro pueblo y no a León, es delicto contra la corona real»... Por mi parte, y coincidiendo con la solemne Clausura del Año Jubilar -Diocesano, Eucarístico y Mariano- tan apropiadamente relacionado con la gloria más preciada de León, la Virgen del Camino, deseo concluir esta breve galería de referencias sobre el libro de la Pícara con alusiones a la preocupación religiosa de ella, a su amor a la Patrona de León y del Camino. Personaje -el de Justina- pensado para hacer pensar; que transita como un fantasma por esta pieza literaria, de entretenimiento, y que tanta fortuna difusora alcanzara en su época. Justina y su devoción a la Virgen del Camino (¿) Mandé (al) mochillero que ensillase mi hacanea y que me la sacase al Prado de los Judíos, donde también encontré otras mozas que a aquella hora iban en tropel a la romería que llaman de la Virgen del Camino, que es una legua de León. (¿) El camino de la romería no es muy bueno, pero lo era la compañía, y con ella y con la profunda consideración de mi Cristo, lo pasé con mucho consuelo y como muy buena cristiana. No pude, a la ida, despabilar mucho la lengua. Llegué a la ermita y de veras que me dio gusto el sitio, que es un campo anchuroso que huele a tomillo salsero.(¿) La ermita bien edificada, adornada, curiosa, limpia, rica de aderezos, con gran concurso de gente que por eso, y por estar en el Camino de Santiago, se llama Nuestra Señora del Camino. Acuérdome que desde esta romería quedé muy devota de los perdones de aquella tierra. X X X Esta es la realidad, la razón y sinrazón, el encanto y el desencanto de un libro que no es de caballerías, ni de quijotes; aunque se empareje en tiempo exacto de génesis con el «Ingenioso Hidalgo». Una obra, «La Pícara», paradójica, profusa y un tanto ininteligible. Dicen que «Justina Díez» fue leonesa, mas solamente lo resultó en la ficción. Pero el pueblo la hizo cuca, cazurrina y emblemática. A ella, le hemos dedicado una Plaza, que en realidad hace calle, y por añadidura, recoleta, al tiempo que bulliciosa y jaranera; inconsecuente, en suma ; igual que la pobre y frecuentada mujer que pudo haber sido Justina Díez, mesonera de Mansilla de las Mulas, que es una villa muy bella y acogedora, «sola a tres leguas de León». Yo me quedo con la Justina inconstante y enjundiosa; histriónica y dramática, digna de piedad y merecedora de reprimenda; gentil, trasnochada y actual. Un poco tierna y un mucho contradictoria¿, como la vida misma. Prefiero, sí, la del «campo anchuroso que huele a tomillo salsero» y que busca anhelante -como casi todos, Justina, como casi todos-¿ la mirada amorosa de una Madre que sostiene y abraza, el cuerpo de su Divino Hijo, y a cuyo santuario -»apenas una legua de León»- seguimos peregrinando los leoneses en busca de la Vida del alma; por el Camino que llaman de la Vía Láctea, hacia la Verdad del Señor y a la vera de esa Madre y de ese Hijo, física y maravillosamente representados en el faro espiritual que es La Virgen del Camino. 1397124194 UNA SED telúrica insatisfecha / en el pardo cuero de los páramos; / un eco de lamentos apostados / en el surco de la gleba sin memoria; / una conjunción de desencantos / el amor desprendido / en la lágrima de un peregrino, / se han dado cita, Madre Piadosa, / para pedir tu consuelo. / Y para ofrendarte una flor, / una oración de primavera, / o un encuentro de amores y dolores / contigo identificados; / para abrazar tu angustia / empapada en la divina sangre / del Hijo yerto, / junto a un ramillete de versos / de pobre y terrenal condolencia. / Es tan grande, Señora, / la ansiedad de la esperanza / en el encuentro de los hijos con su Madre, / que solamente el carisma del Camino / -tu Camino de estrellas esmaltado- / podrá separar lo real de lo ficticio, / y el fervor, de la mundana batahola. / Una Ruta hecha para revivir alianzas / consagradas en santuarios y ermitas / que el horizonte define, geométricamente, / con espigas y espadañas, / con hortensias y cruceiros, / por la vía láctea de los siglos. / Exhibiremos -al transitar- compostelas, / escarapelas con conchas de viera / y visados de párroco y alcaldía. / Trocando la áspera corteza / de los seres de sangre y tierra / por la cálida piel del pueblo en romería; / de la bruma horizontal, al fulgor de Dios. / Con aquella metamorfosis / de la piedra / que el maestro decantara en Obradoiro, / ante los pórticos de la gloria. / Iremos, si, por la senda jubilar de los romeros, / hacia el encuentro con Santiago, / al son de gaitas y campanas.Y, de fondo, / tu sonrisa de Madre complacida. / ¡Hay tanto clavel cercenado / por la guadaña en acecho !; / tantos dolidos caminantes, / precisados de tu auxilio, / que aquí estamos, Señora, / procurando borrar el desconcierto del alma. / Porque somos tus hijos / que, aunque en arcilla modelados, / te brindamos el madrigal / de un andar al ritmo de los pulsos. / Permítenos, Madre, colocar aquí, / en tu Santuario, / un voto de piedad; acaso tímido, / (como casi todos los compromisos / que propone el mundo). / Y aún así, voto sincero / que nos grabará para siempre / tu figura -fundida en Jesús- / en la indeleble retina del dolor. / Poco somos, María, / porque greda somos; / y pese al somero meditar / en tu ilimitada trascendencia, / te queremos, / oh Virgen del Camino, / y aspiramos a ser de tu hueste fervorosa; / tus adalides, andantes jacobeos / por el camino de la existencia. / Gentes de Dios, con su barro a cuestas; / soñadores de proyectos / esculpidos en las nubes, / -aunque en pura filiación concebidos- / que seguimos marchando tras el aura de tu Hijo, / norte de todo lo exactamente santo. / Estrella azul en el crepúsculo / del humano peregrinar: / déjanos tejer con rosas / tu corona de Reina y Madre, / Virgen de la Piedad del Camino.