Diario de León

| Reportaje | Plasticismo castrense |

Y del cielo llovieron paisanos

La Patrulla Acrobática de Paracaidismo del Ejército del Aire realizó una notable exhibición en la Plaza de San Marcos, ante un millar de leoneses, que cayeron rendidos al espectáculo

León

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Cuenta la historia que el primer salto en paracaídas del que se tenga registro ocurrió en 852 A.C. cuando Arman Firman, un religioso musulmán, intentó volar en Córdoba. Saltó desde una torre, pertrechado de una enorme capa. Pensó que la tela se abombaría y flotaría suavemente hasta aterrizar. Lo primero y lo último, se cumplieron con precisión matemática; lo segundo no, y aunque el pobre precursor, salvó su vida, que no muchos de sus huesos, la invención de la escayola es argumento de otro capítulo. León y la Base Aérea son como el matrimonio ideal. Se quieren mucho pero viven a una distancia prudente. Y como en el paralelismo, cada vez que disfrutan juntos de una actividad social, el carimo mútuo se multiplica. Así que a la Patrulla Acrobática del Ejército del Aire, llegada desde la localidad murciana de Alcantarilla, le llovieron aplausos desde el suelo y a la ciudad le cayeron unos cuantos paisanos desde el cielo, con ocasión de una exhibición programada por el consistorio local, celebrada con la participación de la totalidad de las fuerzas vivas castrenses de la zona. Triple salto El asunto consistía en realizar tres saltos desde el aire para aterrizar donde otros días había agua, porque el santo de turno mandó una solana de cuidado al mediodía del sábado, en contraste con las lluvias de la semana en curso. El primer intento, de prueba, mandó al patio del Hostal un derivómetro, que a la ahora de la verdad y para el vulgo, resultó ser un par de cintas amarillas, con las que los paracaidistas que luego habrían de saltar de verdad, podían calcular la dirección del viento, con un recurso un poco más técnico que el de sacar el dedo húmedo por la ventanilla del avión que, además, ya tenía las compuertas abiertas yno era cosa de hacer corriente sin necesidad. En la segunda prueba, y desde 2.000 metros de altura (como desde Trobajo al Puente de San Marcos, pero hacia arriba) siete avezados especialistas realizaron una caída libre a 200 kilómetros por hora. «Es como si en este momento llevaran una carga de 100 kilos en los hombros» explicó el coordinador de la operación. «Y como si llevaran un cuarto de hora con la cabeza en la nevera» espetó un espectador, más pendiente de las temperaturas a esas alturas, que de los vaivenes de la gravedad. Programados como relojes, fueron aterrizando en el empedrado de la plaza, hasta completar el número. Más difícil todavía El espectáculo se completó con un tercer salto, realizado por cinco paracaidistas, cuatro de los cuales realizaron un Relativo de campana mientras un quinto portaba una enorme bandera nacional. La maniobra consiste en «tirar de la anilla» y sujetarse por los pies al compañero que viene encima, para formar una perfecta fila en vertical. ¿Sencillo? Mucho... Como para hacerlo en el patio de luces de casa todos los días. Y desde luego, un poco más relajado que ejecutar un invertido, que consiste en hacer lo mismo, pero colocándose boca abajo (paracaídas incluido) el último de la fila. (Sobra la gracia fácil con el grupo musical). Y todo eso se hace cayendo a 80 kilómetros por hora, la misma velocidad a la que se pasa en coche por los pueblos en carretera cuando el radar pone multa. La ceremonia de entrega de placas, la felicitación por el trabajo bien hecho y la salva de aplausos del público cerraron la mañana con toque leonés en la calle y en el sonido, que el himno local se dejó oir para mandar al personal a casa. Hacía ya un ratito que los abrazos entre los miembros de la patrulla habían terminado. No era para menos...

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