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CARMEN BUSMAYOR 1397124194
León

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CASI A PUNTO de cerrar enero sus puertas, desde hace cuarenta años, bien el día treinta o en sus alrededores, son muchos los escolares que junto con sus profesores se congregan para celebrar la fiesta del «Día escolar de la no-violencia y la paz», gracias a la feliz iniciativa del poeta pacifista mallorquín Llorenç Vidal, impenitente admirador del padre del pacifismo, Gandhi, asesinado el 30 de enero de 1948 por un fanático hindú. Desde el comienzo hemos de dar por sentado que la paz es cosa de todos y que en ningún caso se trata de una utopía, conforme bien advierte Luciano Pavaroti cuando señala: «debemos considerarla una condición indispensable de vida, como el agua y los alimentos, como el aire que respiramos». En efecto, así es. De ahí que debamos esforzarnos en conseguir una cultura de la paz. Dicha cultura debe principiar en la familia, proseguir paralelamente en los colegios y alentarse desde todos los ámbitos de la sociedad a todas horas. Para ello debemos empapar nuestro corazón de amor, ser honestos con nosotros mismos, rechazar el crecimiento personal si ha de ser a costa de pisotear el de los demás. Asimismo no hemos de hacer en ningún caso concesiones a la mentira y sí practicar la tolerancia. Pero no sólo esto, sino que hemos, análogamente, ayudar a tener esperanza a los demás, adentrarnos en la búsqueda permanente de la libertad, ejercitar el perdón, compartir nuestros recursos económicos, nuestros saberes, nuestro tiempo, nuestra palabra e incluso nuestros silencios. Mas eso todavía no basta si no abrigamos la igualdad, pues a pesar de ciertas diferencias todos compartimos ansias, sentires y necesidades; no basta, si no ponemos en práctica de igual manera la compasión y la caridad con los más débiles o golpeados por el infotunio, tal y como hizo Teresa de Calcuta. Todo lo anterior se debe a que la paz no se consigue fácilmente, salvo la paz de la que habla Espronceda, la paz de los sepulcros. Pero nosotros amamos la vida, la vida en paz, sin violencia de ningún tipo, ni siquiera para resolver los conflictos, según nos han enseñado sus valedores principales: Mohatma (el alma grande, noble) Gandhi y Luther King, su gran devoto. Si así actuamos día a día, hora a hora, minuto a minuto no se padecerá el flagelo de la guerra, donde nunca hay vencedores ni vencidos, tan sólo víctimas; tampoco el terrorismo ni esa forma atenuada del mismo conocida por «violencia de género»; tampoco el engaño, ni las humillaciones, ni el tan envilecedor odio, ni otros horrores, espantos o heridas intencionadas. En definitiva, habrá paz. Entonces la encíclica del «Papa bueno», el Papa Juan XXIII , «Pacem in terris,» habrá cumplido su objetivo. Entonces también los versos de Blas de Otero se guardarán en el valioso cofre de la memoria con alegría: « Escribo / en defensa del reino / del hombre y su justicia. Pido / la paz / y la palabra. He dicho/ «silencio»/, «sombra», «vacío» / «etcétera». / Digo «d el hombre y su justicia,» / «océano pacífico», / lo que me dejan. / Pido la paz y la palabra».