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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ERAN LAS DOS Y MEDIA aproximadamente por todos los relojes de la Península Ibérica, cuando aparecieron en mi pantalla los tres enmascarados para emitir, con voz claramente de mujer, que ETA, la tremenda banda de matadores de la España irredenta, como siempre, había decidido ante sí y por sus muertos, que son los nuestros, declarar el alto el fuego con carácter permanente. No definitivo, ni total, ni abatiendo las viejas ikurriñas y sepultando, bajo las losas sagradas de la tradición de las armas feroces que llevaban la muerte por todo el haz de la pátria hispana, incluyendo el País Vasco y Andalucía y Castilla la Mancha y León. España, una vez más, se cubría de muertos hasta la cima de sus montañas sagradas y los oscuros entresijos de sus entrañas. El anuncio de la buena nueva nos sorprendió de tal modo que no acertemos a compendiar unos esquemas de felicitación nacional. Teníamos que andar con pies de plomo por territorios tan escabrosos y de tan difícil señalamiento. Los gansos del capitolio nos enviaban sus mensajes: «Precaución, serenidad y paso largo, como la Guardia Civil». Porque no era ésta la primera vez que la partida de la chapela nos había engolosinado con la promesa de dejar de matar, y sin embargo se producía la consabida víctima. ¿Será esta vez verdad la noticia? Albricias, aleluya! ¡Loado el Señor de los ejércitos! Aquella guerra sucia de los cuarenta años y los mil muertos inocentes había cesado. Dice el comunicado oficial de la banda que con carácter permanente. Pero ¡Señor, Señor!. El término no quiere decir demasiado. A lo sumo se anuncia, se presume una pausa, un descanso. En términos castrenses se diría: «¡En su lugar, descanso!», para volver a empezar así que el cuerpo combatiente se reponga. Y los inocentes de las tierras profanadas de la España, siempre partida en dos, encienden los velorios de los enterramientos, no para alumbrar muertos, sino para alumbrar una esperanza. ¡Albricias, señor presidente del Gobierno, por sus intuiciones o por sus sabidurías. El principio del fin ha comenzado. No permitáis, señor, que se os cruja entre las manos y sed misericordioso, como nuestro Don Quijote aconseja para la práctica de la justicia. Pensad, pensemos todos, incluso aquellos que siguen con el corazón en llamas y los ojos sangrando, «Que de la abundancia del corazón habla la lengua, y las grandes hazañas (y esta que acometeis lo es) para los grandes hombres están guardadas». Y espoleando a Rocinante se perdió su sombra por los martirizados campos de Montiel. Enciendo todas las luces de mi casa. Es día de gran solemnidad: La ETA dice que dejará de matar y España debe estar preparada para seguir viviendo, para seguir esperando, para enterrar el odio bajo los escombros. ¡Gracias, oh Señor de los ejércitos, por vuestra intervención! España en paz puede seguir su ruta de paz.

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