Nuevo expolio en Vegamián
Los habitantes expulsados de los pueblos que inundó el pantano del Porma critican la desaparición de piedras y sillares que asentaban las viviendas de la zona
Utrero es ahora poco más que un montón de pedruscos. Cuando en 1968 la dictadura franquista decidió que el valle de Vegamián era artesa perfecta para guardar el agua con la que amamantar las tierras de las vegas, allí vivían alrededor de un centenar de personas, repartidas en dos decenas de hogares, pura arquitectura montañesa, trepadas en la falda del monte de Las Canalinas, un poco más allá de la sombra del Susarón. Esas piedras son parte de uno de los ochos pueblos que se sacrificaron en aras del progreso y la necesidad defendida por el poder estatal: Armada, Campillo, Ferreras, Quintanilla de Vegamián, Vegamián, Lodares, Camposolillo y Utrero; una procesión de casi novecientas personas, montaña abajo, que vieron como el agua dejaba sus casas en el recuerdo, salvo en el caso de las tres últimas poblaciones, que salvaron sus muros, pero también perdieron su medio de vida. Lodares, Camposolillo y Utrero quedaron como testigo del sacrificio durante los casi cuatro decenios que distan de la inauguración de la presa, hasta que hace ya casi un año la administración decidiera echar abajo los hogares del tercero de ellos, que guarda en la palma de una mano el número de casas en pie, según denuncian los vecinos que en otro tiempo habitaron en ellas, quienes exigen saber los motivos de la actuación y el destino de gran parte de las piedras de cantería desaparecidas. «No sabemos si es responsabilidad de la CHD, de la Junta o del Ayuntamiento de Boñar, que es el que arrienda el puerto a la empresa ganadera, pero los sillares no están donde deberían», claman, mientras señalan que «si han sido vendidos tendrán que dar parte de a quién y a qué precio, así como en dónde se ha invertido, que debe ser lejos», lamentan los antaño moradores del valle de Vegamián. Los que un día cargaron sus muebles y camas en un camión para tirar carretera abajo se envenenan cuando piensan en las potencialidades de la zona. «Si esto cae en otra zona, seguro que sacan rendimiento de ello para hacer una comunidad en la que se imparta algún tipo de enseñanza o un complejo que atraiga unos pocos de turistas», sueñan cuando ven por la tele la pujanza de aquello que en otros tiempos los más finos tildaban de paleto, cuando se llamaba ir al pueblo, y ahora se ensalza bajo el rótulo de Turismo Rural. Lo más que ha caído por la zona fue un proyecto de Comisiones Obreras para rehabilitar Camposolillo, que resultó difunto por inanición, y un embarcadero ya sin pantalán.