«No tengo nada que decir»

Bostezó mientras el letrado de la acusación popular relataba lo mucho que seguramente padeció la víctima al sufrir las heridas que presentaban sus mamas; frunció el ceño, tensó el cuerpo entero y a la vez esbozó hacia su abogada una señal de protesta cuando la parte contraria desgranó el ensañamiento con el que actuó el autor del asesinato; sacudió la cabeza con evidentes ademanes negativos al escuchar que supuestamente había amenazado de muerte conjuntamente a la fallecida y a su amiga íntima; padeció un persistente ataque de tos que solamente pudo neutralizar bajo los efectos de un caramelo que le proporcionó una de las letradas de su defensa y al fin, cuando el Magistrado Presidente le concedió la potestad de hacer uso de la palabra en último turno, para cerrar el juicio oral, se puso en pie y fue tajante y cortés: «No tengo nada que decir, señoría». Cuestión de look El penúltimo envite del juicio fue más intenso que corto para el procesado. Como en los tres días anteriores, compareció en la sala con un anorak azul y negro y calzó zapatillas. Solamente vistió de traje gris marengo y zapatos negros el lunes pasado, para su declaración. Las acusaciones se sorprendieron ayer de que ningún familiar del sospechoso haya acudido a testificar en su defensa. Sí ha presenciado alguna sesión un hermano suyo, en días anteriores. Ayer había allegados a la víctima. Una tía de la fallecida, lloró amargamente cuando se narró en sala la dolorosa tortura que padeció antes de morir. Más atrás, se escucharon protestas contra el alegato final de la defensa. Hoy el pueblo dictará justicia.