Diario de León

León dice adiós al «Tío Castro»

Periodista, crítico de cine, político, gestor y actual presidente de la Sociedad Estatal de Infraestructuras Penitenciarias, Benigno Castro falleció ayer tras una larga enfermedad

J. Casares

J. Casares

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Miguel Ángel Nepomuceno - león
León

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Siempre es doloroso hablar de un amigo que nos deja pero en el caso de Benigno Castro la tristeza es aún mayor porque nos unían muchas más cosas de las que nunca hubiera imaginado. Sabía de su enfermedad pero otras veces la había superado y creí que esta vez sería igual. Pero la llamada de otro de sus amigos íntimos, Joaquín Revuelta, me trajo de repente a la cruda realidad. «Se nos ha ido el Tío Castro», fueron las escuetas palabras de quien había compartido con Benigno muchas tardes-noches de cine, periodismo, radio y tertulias. Le conocí en esta casa cuando llevaba la sección de cine y siempre me llamó la atención la agudeza de sus comentarios, nunca baldíos, siempre certeros aunque apasionados. Compartimos muchas horas de tertulias radiofónicas y de café, allá por los ochenta, cuando nos reuníamos en aquellos cenáculos inacabables de la «Belle Epoque» en torno a su figura, siempre envuelta en un espesa nube de humo, mientras impartía «doctrina», explicaba el último modelo de proyector o de Mikado, o nos hacía una disertación tan puntillosa y visual de cómo veía el cambio político del momento que hasta Zapatero se relamía de gusto escuchando las proféticas palabras el «Tío Castro», que así lo bautizamos y él cariñosamente lo aceptó no sin un cierto deje de complacencia. Y es que Benigno era realmente el «tío» para todos nosotros. Juanín de la Riva, su amigo del alma; Jesús Ejido, compañero en la redacción del Diario de León y luego en La Crónica ; y Joaquín Revuelta, su alter ego en la radio y detrás del humeante proyector en el Cine Club Universitario, sabían bien que cuando el Tío Castro, hablaba, o mejor dicho vaticinaba, pocas veces erraba y sino que se lo pregunten a Fernando Villa, su socio en Fabero, al que convenció, con esa entusiasmo contagioso, a hacer una programación de cine diferente donde sólo se veía cine de consumo, y lo convirtió en arte-visual. Zapatero lo sabía bien y nos advertía con su conocida perspicacia, que Benigno llegaría a ser un personaje importante en el mundo de la gestión, porque ahí es donde nuestro amigo se desenvolvía sin la menor vacilación. «Si habla, fuma y come a la vez, mientras te ilustra de alguna cosa que le preguntes -decía José Luis- entonces no lo dudes, está en el buen camino, escúchale que no se equivoca». Así era Benigno, una fuente de sabiduría, muchas veces aprendida, otras escuchada y la mayoría de las veces innata. El cine, su pozo de sabiduría Pero donde realmente estaba como pez en el agua era cuando hablábamos de cine, ahí era un pozo de sabiduría. Rosa, su esposa, a la que abrazamos desde estas líneas, se reía y se unía a nuestras bromas de adivinar cuál sería la disertación que Benigno nos traería preparada para la noche. Memoria privilegiada, que podía decirte sin pensarlo la lista y los nombres de los ganadores de los oscar del año cincuenta, repetirte de memoria un díálogo, críptico e incendiario como el de «Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?», o tenerte boquiabierto horas y horas hablándome de ajedrez y de las bondades de la Variante Schveningen de la defensa Siciliana, en una disciplina que sin ser la suya, dominaba como el mejor teórico sólo con escucharnos un par de veces. Todo le interesaba y nada humano le era ajeno. Junto a Joaquín, y antes con Ejido, las ondas de la noche se enriquecieron con sus brillantes comentarios de cine en aquellas noches humeantes de la Cadena Ser o de Antena 3. Su sentido del humor era único. Todavía recuerdo un martes de carnaval en el que acudimos a un baile de disfraces, no sin antes convencer a Juanín para que se nos uniera cual jeque árabe, cuando apareció Benigno convertido en un auténtico Khashoggi. Fue un chasquido para la audiencia, hasta el punto que ninguno le conocimos. Fue uno de los mejores recuerdos de Benigno, antes de convertirse en lo que Zapatero vaticinó. Un amigo del alma que se nos ha ido esta vez sin decir nada. Llevándose consigo el dolor y el sufrimiento, pero sobre todo el cariño de una esposa como Rosa, animosa y abnegada y el respeto y la admiración de todos sus amigos que siempre mantendremos vivo el recuerdo de un hombre de los que no abundan. Gracias Benigno por dejarnos compartir «los mejores años de tu vida».

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