Recuerdos de aquel León que se nos fue
La memoria de la vieja plaza de San Marcelo aún permanece latente entre los muros que rodean la emblemática plaza
La ampliación del recinto murado leonés, realizada por Alfonso XI ante la imposibilidad de garantizar la defensa de una ciudad que había desbordado ampliamente sus perímetros romanos, hizo desplazar los habituales centros comerciales y sociales hacia las zonas ganadas por ese tímido ensanche del siglo XIV. Zonas periféricas, como la plaza del Grano, la de San Marcelo, la Plaza Mayor y San Martín, pasaron a ser puntos neurálgicos en el discurrir de la vida leonesa. A extramuros empezaban a crecer populosos barrios menestrales: el de Santa Ana, o barrio judío, San Pedro de los Huertos, San Lorenzo, Renueva, La Corredera... Quizá el barrio que más pronto se labró su propia y acusada personalidad, en el nuevo conjunto, fuese el de San Marcelo. La iglesia del centurión Marciel, edificada ya sobre las ruinas de la primitiva (siglo IX), era el aglutinante que sirvió de base al conjunto que conocieron los leoneses hasta finales de siglo. Los viejos caserones que limitaban con las paneras de la ciudad -actual casa de los Botines y parte de Pallarés-, llegaban casi a cerrar la salida de la plaza por la parte que hoy ocupa el Banco de Bilbao. El viejo hospitalón de San Antonio, fundado el siglo XII, pegaba sus muros al Consistorio en el solar que hoy ocupa la imprenta Moderna y, orientada su fachada principal hacia la plaza, seguía por detrás de San Marcelo, que quedaba incrustado en sus paredones. El resto del edificio se alzaba sobre el espacio que hoy limita la casona de «Roldán» y todo el conjunto de la calle Legión VII. Entre el antiguo «Corral de Comedias» y el palacio del Marqués de Torreblanca -actual sede del Recreo Industrial- se abría otra salida por el Arco de Ánimas, así llamado por estar enfocado hacia «El Malvar», cementerio general de la ciudad. La casa de los Villafañe, transformada hoy en moderna tienda de confección, y sus aledaños de la calle de La Rúa, dejaban un angosto paso frente a la casa de los Guzmanes para acceder a la calle del Cristo de la Victoria, nombre que recibía por encontrarse allí la capilla de este Cristo, sobre el solar que la tradición sitúa la vivienda de San Marcelo y Santa Nonia con sus doce hijos. La estrechura de este paso, que colapsaba el nuevo ritmo que exigía el tránsito ciudadano, fue resuelto cuando a mediados del siglo XIX se derribaron algunos edificios, entre ellos la capilla, reconstruida testimonialmente unos metros más atrás, junto a la muralla romana, por el arquitecto Demetrio de los Ríos. Los leoneses, admirados de la nueva perspectiva, pronto encontraron ocasión de «bautizar» el espacio recuperado con el nombre de Calle Ancha. Y de esta guisa, casi con su actual estructura, conocimos la plaza los que hace tiempo que peinamos canas. Pero ¿y el ambiente?. Un jardincillo romántico ocupaba la mayor parte del espacio, y una linda fuentecilla ovalada quitaba la sed a las palomas, compañeras inseparables de la plaza, con base en un coquetón palomar-mingitorio. De todas maneras, en «el decorado» de la plaza se recuerda templa aquel primer «fotomatón» y los taxis, manejados por los pioneros del volante alquilado, tenían su parada a la sombra del muro de San Marcelo. Y en la acera de enfrente esperaban también su particular clientela los limpiabotas; tan pródigos y serviciales en aquellos años que se rendía un culto excesivo al puro escaparate.