Diario de León

Alto, muy alto; grande, muy grande

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JUAN F. PÉREZ CHENCHO
León

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HE SENTIDO calambres en mis sienes. A primeras horas de la mañana me dieron la noticia: Ha muerto José María Suárez González. Una noticia no esperada e inmensamente dolorosa. Yo sé que la memoria es como el viento si está libre. Si la atan lazos negros de luto se transforma en pensamiento. Y el llanto no escribe. Y yo quiero escribir sobre José María Suárez, aún a riesgo de pecar por defecto o por exceso. Fue al primer leonés de la capital que conocí cuando llegué desde la ribera del Órbigo, allá por el año 70. Son, pues, 37 años de amistad. De una amistad blanca y limpia. Lloro por dentro, pero intentaré aplicarme uno de sus muchos y sabios consejos: La derrota es tan sólo prefijo. Intentaré que este balcón lo escriba el periodista, el amigo, no el llanto. José María Suárez González, abogado, llenó con creces más de tres cuartos de siglo de la vida leonesa. Era alto como un mástil, pero yo le definiría como grande. Estatura física e intelectual no siempre van de la mano. En su caso, sí. Discípulo de don Publio Suárez, era uno de los letrados más admirados y sagaces de León, capaz de batirse el cobre en los tribunales locales o en el Supremo. No sabía escribir a máquina ni manejar el ordenador. Él dictaba como los genios y encontraba jurisprudencia en el Aranzadi antes que los colegas que escudriñaban en las nuevas tecnologías. Fue Decano del Colegio de Abogados, donde dejó su sello personal, jurídico e intelectual. Como en todos los innumerables cargos que desempeñó. Porque José María Suárez González ha sido casi todo: concejal, alcalde de León, diputado provincial y nacional, parlamentario en Europa, presidente del Instituto Nacional de Previsión y jefe orgánico de Alianza Popular. En todos los cargos puso entusiasmo, pasión y una dosis de altruismo que ya no se lleva. También fue un dimisionario. Lo hizo siendo corregidor. En una noche de copas y corazón sin arrugas, me confesó que él aspiraba a ser el mejor poeta de su pueblo y, a ser posible, alcalde. Alcalde, dijo, ya lo soy; pero nunca podría ser el mejor poeta: ahí está el padre Crémer, los dos Antonios, Gamoneda y Pereira, Eugenio de Nora y un listado inabarcable. Así que ahora dedicaré todos mis esfuerzos al pleito. Lo hizo, cómo no, y de qué manera, hasta su jubilación. Pero un eco sin voz no es ortodoxo. Por eso mismo he abierto de par en par este balcón para cantar al hombre, al amigo, consciente de que el llanto no escribe. Estamos ante las cenizas de un ilustre leonés con fachada de bronce y sensibilidad de niño. De un niño grande. O sea: ante un hombre que no se comía los niños crudos, sino que se emocionaba ante la lágrima y la sonrisa. Nos dio infinidad de pruebas a todos sus amigos de la Peña «La Concordia». Su gran afición era la montaña, sobre todo Picos de Europa. Allí coronaba las cimas del olvido, contemplaba nubes desgarradas, veía cómo la nieve se transformaba en incienso o las estrellas se sentaban en la cuna. Lo soñó muchas noches en el saco de dormir, cuando sólo oía los bufidos de la cerviz del viento. José María Suárez González, abogado, ha muerto. He perdido de forma brusca 37 años de amistad. No es de extrañar que, al anunciarme su muerte, haya sentido calambres en las sienes.

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