Diario de León

«Espero que Fidel Castro pida perdón por sus pecados»

El leonés Armando Llorente, jesuita y mentor del dirigente isleño, confía en que Castro se arrepienta «en un momento de lucidez» del mal que ha hecho y le llame para confesarle

Llorente vive en la residencia de los jesuitas en Miami

Llorente vive en la residencia de los jesuitas en Miami

Publicado por
Emilio J. López - miami
León

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El jesuita leonés Armando Llorente, que fue profesor y mentor de Fidel Castro en el colegio Belén de La Habana, confía todavía en que en cualquier momento el líder cubano se arrepienta públicamente y pida perdón por sus pecados. Llorente, que vive en una residencia de los jesuitas en Miami, explicó que si Fidel Castro, «en algún momento de lucidez», le llama o le comunica su expreso deseo de que viaje a la isla para encontrarse con él, entonces irá «inmediatamente» para confesarle. «Lo primero que haríamos sería darnos un abrazo tremendo, reírnos recordando las aventuras que tuvimos juntos, que fueron innumerables y muy bonitas», después, continuó con tono severo, le diría: «Fidel ha llegado el momento de la verdad». El sacerdote recupera el tono pensativo mientras desmenuza anécdotas y experiencias compartidas en el colegio Belén antes de que, por culpa de aquel alumno predilecto, tuviera que abandonar Cuba con los jesuitas en 1961. Oriundo de León, Llorente afirma que su mayor anhelo espiritual es «absolver a Fidel Castro», porque «tengo los poderes para perdonar pecados a todos, y cuanto más pecadores, mejor». Eso sí, se trata de un absolución condicionada. Castro debería primero «pedir perdón públicamente, porque sus pecados no son sólo personales,» y «arrepentirse de todo el mal que ha hecho». «Quiero salvar esa veta buena de Fidel que está sepultada», insistió el sacerdote que un día de 1945 escribió al pie de su fotografía en el libro escolar del colegio de Belén de La Habana: «Fidel Castro, madera de héroe, la historia de su patria tendrá que hablar de él». Según su antiguo profesor, fueron aquellos, quizá, los años más felices de la vida de Fidel Castro, los que coincidieron con su ingreso como interno en el colegio de Belén, donde llegó a ser el mejor alumno del centro. Por contra, su hermano menor, Raúl Castro, fue un pésimo estudiante, hasta el punto que a los tres meses de iniciado el curso escolar el director, por medio del sacerdote español, le comunicó a Fidel la conveniencia de que su hermano abandonara el colegio. Paseaban juntos el jesuita y Fidel por el campus del colegio cuando el segundo, en un arranque de sinceridad, se detuvo y le dijo al sacerdote: «Yo ya sé, padre, que mi hermano no vale para nada», recuerda Llorente. Fueron tres años en los que Fidel forjó una amistad inquebrantable, colmada de aventuras y vivencias «íntimas, auténticas, todo generosidad, sin buscar nada a cambio», con el joven jesuita de 24 años que impartía clases de literatura.

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