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| Reportaje | En primera persona |

La vuelta al cole de los abuelos

El regreso a las aulas supone para muchas familias recurrir a la ayuda inestimable de los progenitores. Una situación muy frecuente, con beneficios, pero no exenta de problemas

Una abuela enseña a su nieto a pintar durante un certamen de pintura

Publicado por
M. Dolores Rojo López - león
León

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El slogan utilizado por El Corte Inglés para nombrar el comienzo de la temporada escolar: «Vuelve la ilusión» sólo parece tener sentido en la expectación con la que los abuelos asumen hoy en día el reto inestimable de cuidar de sus nietos durante dicho período. Y es que sin ellos podríamos asegurar que se desplomaría el entramado organizativo de muchas familias jóvenes que apoyan su seguridad y economía en los padres de alguno de sus componentes. Cada vez más, y con mayor intensidad en períodos, estamos implicando a nuestros mayores en una costosa tarea en la que aceptan las dificultades que conlleva a cambio de un tiempo de encuentro con la infancia que sienten suya de forma tan especial. La cuestión tiene una enorme importancia y no siempre se valora correctamente por parte de los padres que usan este sistema indiscriminadamente y con la exigencia mental de la obligación que asiste a los abuelos de ocuparse de los deberes cuestionando, en otros momentos, los derechos. Reconocemos el inmenso amor que nuestros padres ponen en los hijos que hemos tenido y creemos que les damos la oportunidad de reencontrarse con su juventud al ver en ellos a nosotros mismos. Por otra parte, acudimos a la imagen mental de concederles igualmente, el beneficio de la actividad diaria como si de un deporte se tratase. Estamos seguros de la especial vinculación que siempre y a lo largo de toda la vida, existe entre nietos y abuelos y apoyados en ella, tratamos de justificar el uso y el abuso que cometemos al encargarles una labor diaria que lleva ligada no pocos sacrificios y mucho esfuerzo. Y todo esto visto desde el punto de vista benévolo del hijo que usa a sus padres. La otra parte de la pareja suele asumir esta circunstancia dejándose llevar por cuestiones más económicas que sentimentales que con frecuencia terminan generando discusiones interminables sobre si «tu madre le permite todo» o «si desde que el niño está con tus padres les quiere a ellos más que a mi», etc¿ Toda una verdadera odisea capaz de echar por tierra la inmensa tarea de cuidar de los niños con absoluta dedicación, cuidado y esmero. Por otra parte, la solidez que transmite la personalidad y experiencia de los abuelos en el crecimiento madurativo de nuestros hijos es inmensa. Con ellos se sienten seguros, queridos incondicionalmente y cuidados absolutamente. Esta situación plantea problemas, evidentemente. Pero éstos no los causan los abuelos como puede creerse en una consideración somera del asunto. Ni mucho menos. Porque no puede hacerse de la bondad un reclamo, de la voluntariedad un requerimiento o del cariño una imposición para después de todo terminar con la gratitud satisfecha en la creencia de que el favor se lo hacemos a ellos por cederles el trabajo que ocasionan nuestros hijos en este período. E incluso puede llegarse más lejos cuando la otra parte del combinado matrimonio está en contra de esta opción organizativa precisamente por tratarse de los abuelos sospechando un sinfín de conspiraciones contra su papel de padre o madre ante lo que de forma inmadura, se siente indefenso. No es cuestión de robar nada a nadie y menos el cariño. Si entendiésemos que es lo único que se multiplica al compartir, estos demoledores celos dejarían de existir. Desde luego que no es una situación extraña y nunca lo ha sido. Porque si hay un vínculo fuerte en extremo es el de estas dos generaciones tan distantes en el tiempo como cercanas en los afectos. Lo que sucede es que en la sociedad en la que vivimos todo se extrapola, se enerva y se complica. Estamos agobiados por la presión económica que resulta de procurarnos una vida aparentemente cómoda que luego resulta ser en la práctica todo lo contrario. Un piso propio que involucra más de la mitad de nuestros sueldos, un coche de mediana importancia o incluso de lujosa marca que termina con otra sustanciosa parte del mismo y uno o dos hijos que parecen completar, como si de un lazo se tratase, la bondad de una complicada vida en la que no hay tiempo nada más que para trabajar al máximo posible por mantener el status que da sentido a nuestra vida delante del resto. Y entre toda esta filigrana aparece la figura de los abuelos deseada unas veces, rechazada otras pero usada en la mayoría. Y la opción no es equivocada si logra tomarse con moderación y sosiego. Lo primero que debe primar a la hora de organizar la vida del niño fuera de casa, aunque éste sea muy pequeño, es el bienestar físico y mental de nuestro hijo lo cual nunca debe suponer una agobio condicionante para los mayores que se harán cargo del mismo. La tranquilidad en este sentido está asegurada con ellos. No encontraríamos ninguna persona que pusiese tanto empeño en que los niños estén bien y crezcan sanos y salvos. Tampoco debemos olvidarnos de facilitar al máximo posible la tarea de la recogida y las condiciones en las que el niño va a encontrarse. Incluso compensar de alguna forma esta dedicación, parcial o total, aunque no pueda pagarse su inestimable dedicación a lo que más queremos. Por otra parte está el tema de los límites en el comportamiento del pequeño. Es un aspecto complicado porque a los abuelos el cariño les sale por los poros por lo que todo en ellos se benevoliza y se hace intrascendente. Lo cierto es que los padres solemos pasarnos en la exigencia. Se les encomienda una tarea que no sólo afecta a los cuidados físicos (que no nos preocupan sabiendo que están sobradamente cumplidos en sus manos), sino que además queremos que «los eduquen a nuestra manera» en el tiempo que están con ellos, que en ocasiones, es mucho. Lo curioso está en que nunca pediríamos estas dos tareas a ninguna persona o institución que estuviese a cargo de su cuidado por dinero o por obligación social (si es una cuidadora a quien se contrata, nos conformamos con que les trate bien y se ocupe de su cuidado físico sin pedir que se añada afecto, aunque esperemos de algún modo que el trato se sazone de amabilidad, al menos) y tampoco lo hacemos con el colegio del que esperamos que los eduque sin tener por qué extremar los cuidados físicos con un solo niño. Solamente a los abuelos se les pide ambas cosas y si la jornada se prolonga, que les ayuden, si pueden, con las tareas escolares. Debemos poner límites primero a nuestras exigencias. Los abuelos representan, salvo casos rarísimos, un colchón incondicional sobre el que acostar a nuestros pequeños. Los padres deben reconocer el esfuerzo, el trabajo y la intensa dedicación de ellos por sus hijos a costa incluso de reorganizar su vida o de tener que hacerse cargo a pesar de las deficiencias de salud que a veces les aquejan. Sin embargo, para evitar problemas y malentendidos deberían conocerse y aceptarse, si se opta por este camino, las diferencias en la tolerancia de unos y otros y poner buen cuidado en transmitir a los nuestros progenitores mayores la inmensa estima que nos merece su ayuda, no sin comentar también, las normas que queremos establecer para nuestros hijos dentro de un flexible campo de acción en el que sabemos, con seguridad, que la transgresión estará asegurada a cambio de obtener seguridad, tranquilidad y certeza del excelente cuidado del niño. Una opción que sin duda cobra una espectacular importancia cuando los niños son pequeños, indefensos e incapaces de reaccionar ante situaciones que les dañan o incomodan. Más tarde, ellos mismos podrán enfrentarse a las soledades de la vida con sus raíces bien instaladas en la seguridad que comenzaron a descubrir en los progenitores de sus padres y que les agradará reconocer como propias. Porque los abuelos comienzan a poner los cimientos del alma de sus nietos en el mismo momento en el que nacen sus hijos. El verdadero problema no está en contar con su presencia en el desarrollo escolar de nuestros retoños, sino en convertir en exigencia continuada lo que debería ser, en definitiva, una colaboración ocasional y voluntaria.