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Los ojos de Amaya

La periodista Amaya Valles, en una imagen de archivo

La periodista Amaya Valles, en una imagen de archivo

Publicado por
Susana Martín - león
León

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Por mucho que te dediques a escribir, es difícil encontrar palabras para despedirte definitivamente de alguien a quien quieres. Y yo a Amaya la quería mucho. Quería decírselo otra vez, pero cómo cuesta. Parece que fue ayer cuando nos conocimos, y hace media vida ya¿ Parece que fue ayer cuando nos hicimos amigas, cuando elegimos estudiar la misma carrera, cuando realizamos juntas nuestras primeras prácticas en el Diario de León¿ Estudiamos Periodismo una en Navarra y otra en Madrid, y en aquella época no había semana en que no nos llegara una carta de la otra. A Amaya nunca le gustó hablar de sus sentimientos, de sus preocupaciones, de sus cosas. Ella se desvivía por todos, no he conocido a nadie tan detallista, era una de esas pocas personas que pasan por tu vida con las que sabes que siempre puedes contar. En las cartas nos relatábamos nuestras andanzas, y contábamos el tiempo que faltaba para el siguiente puente o las siguientes vacaciones. Y el día que nos juntábamos -en León, en Pamplona, en Madrid- lo primero que hacíamos era quedar para cenar en un italiano, donde prolongábamos la sobremesa hasta que ya no quedaba nadie más en el local, sin dejar de rajar y reírnos a carcajadas como dos locas, lágrimas de felicidad incluidas. Después, siempre sin parar de contarnos cosas, como un rito, no había noche que no pasáramos por un fotomatón a hacernos unas fotos para rematar el encuentro¿ Anoche repasé todas: no hay foto en que Amaya no salga partiéndose de risa. Parece que fue ayer¿ Y ayer precisamente han enterrado a Amaya en León, tras muchos meses peleando contra el cáncer, el maldito cáncer¿ De Amaya, que se haya ido demasiado pronto, con 32 años, voy a recordar siempre sus ojos, unos ojos transparentes preciosos que no he visto a nadie más: uno, verde clarito; el otro, mitad verde mitad marrón. Los recordaré no sólo por lo bonitos que eran por fuera, sino porque con ellos ella siempre miraba la vida con alegría, con la sonrisa puesta y siempre preocupándose más por los demás que por ella. Quizá por eso no quiso pregonar su enfermedad ni quería coger el teléfono¿ Amaya era una mujer fuerte, brava, brillante, con mucho carácter pero con una ternura increíble que sólo mostraba a sus más allegados. Nunca quiso dar pena y estaba convencida de que sería capaz de superar este bache, como lo estaban sus padres, Lalo y Emilia; como deseaban con todas sus fuerzas sus hermanas, Cristina, Ruth y Nuria; como nos hubiese gustado a todos los que la hemos querido. Con los años, la vida nos había llevado por distintos caminos, y últimamente casi no nos habíamos visto. Ahora lo lamento, demasiado tarde. Por las prisas de la vida, por pereza, las cartas y aquellas cenas inolvidables se fueron espaciando, y apenas hablábamos en nuestros cumpleaños y navidades, pero las dos sabíamos que la otra estaba ahí, que lo estaría siempre. Amaya, que tanto miedo tenía al principio de no haber elegido la carrera adecuada, estudió finalmente dos, periodismo y comunicación audiovisual, y las cosas no le podían estar yendo mejor¿ Trabajaba en uno de los programas de más éxito de la televisión nacional y la vida le trataba casi tan bien como ella se merecía. Y de pronto, el mazazo de la enfermedad¿ La mala noticia, los médicos, la quimioterapia, los hospitales, el reposo, las recaídas, su fortaleza a pesar de los pesares¿ Hasta que su cuerpo, ya demasiado débil, no pudo más, y en la madrugada del jueves los ojos de Amaya se cerraron¿ Siempre voy a recordar los ojazos de Amaya, su alegría de vivir, su risa exagerada, las corbatas que tanto le gustaban, los chocolates con churros de las nocheviejas, sus bromas, su vitalidad, su enorme corazón¿ Porque ahora que se ha ido el único consuelo, si lo hay, es la sonrisa de Amaya, que se ha llevado un trocito de muchos corazones.

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