Diario de León

Ruhal Ahmed | Ex preso de Guantánamo declarado inocente

«Guantánamo es una afrenta contra el islam, no contra el terrorismo»

El joven británico de origen bangladí denuncia en León las vejaciones que padeció durante sus dos años y medio de cautiverio en Guantánamo, sin ninguna prueba en su contra

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Marco Romero - león
León

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«Los abusos de Guantánamo son una afrenta contra el islam, no contra el territorismo internacional. Todos hemos oído decir a Bush que esto es una cruzada, y una cruzada se lleva a cabo por motivos religiosos. No en vano, en todas las cárceles estadounidenses repartidas por el mundo sólo hay musulmanes. ¿No fue también Bush quien dijo «he tenido una visión de Dios»? Además de idiota, creo que es tan fundamentalista y terrorista como Al Qaeda». El comentario es de Ruhal Ahmed, un joven británico de origen bangladí detenido poco después del 11-S en Afganistán, aunque, tras dos años y medio de ser sometido a torturas y vejaciones en Guantánamo, fue declarado inocente, sin cargo alguno y sin recibir ningúbn tipo de explicaciones por parte del gobierno de Estados Unidos. Ruhal Ahmed viajó ayer a León para contar en una conferencia pública organizada por Amnistía Internacional el drama que vivió con tan sólo 19 años de edad. Antes de su intervención, concedió una larga entrevista a este periódico, en la que recupera su historia, una odisea cruel e inhumana que se inició en octubre del 2001, pocas semanas después de los atentados de Nueva York. Detenido en Afganistán, permeneció encarcelado seis semanas en Kandahar por su presunta vinculación con el movimiento talibán. Después fue entregado al ejército estadounidense, que lo trasladó a Guantánamo junto a dos de sus amigos. Allí estuvo dos años y medio hasta que su país lo extraditó y lo juzgó, concluyendo con su inocencia. Todo empezó en una boda Irónico, pero todo comenzó por amor. El joven bangladí y tres amigos de origen paquistaní (Asif Iqbal, Shafiq Rasul y Monir) viajaron a Pakistán a finales de septiembre del 2001 para preparar la boda de uno de ellos. Viajaron juntos desde Inglaterra, donde residían. Después de unos días de estancia en Pakistán, decidieron visitar la ciudad afgana de Kabul para hacer turismo y también para llevar alguna ayuda humanitaria y material sanitario. Pagaron 200 rupias por cruzar la frontera. Entrar en Afganistán les pareció fácil, pero entonces no tenían ni idea de que esa decisión iba a costarle la vida a uno de ellos y a cambiar para siempre la de los demás. «Tenía poco más de 18 años. No estaba preocupado por la situación política. Cuando tienes esa edad oyes algo, pero te entra por este oído y te sale por el otro», responde cuando se le pregunta por el evidente riesgo que entrañaba la entrada en Afganistán justamente cuando Estados Unidos había anunciado la invasión del país asiático. Una zapatilla les salvó la vida Llegaron a su destino. Allí estuvieron dos semanas y media, pero se mostraron decepcionados y decidieron volver a Pakistán. Buscaron un coche, aunque su viaje se vio interrumpido por la ocupación de las tropas estadounidenses. Al ver que todos huían despavoridos en camiones, quisieron subirse a uno de ellos, pero Ruhal perdió una zapatilla y cuando la encontraron ya no pudieron alcanzar a los vehículos. Sólo lo logró uno de ellos, Monir -«alguien a quien nunca había oído hablar mal de nadie»-. Pero su viaje también fue corto. Los primeros bombardeos aniquilaron el convoy de camiones en el que se había colado. El resto se quedaron desconcertados tras el hostigamiento de las bombas. Caminaron en círculo durante toda la noche, así que al día siguiente llegaron al mismo lugar. Allí prometieron no separarse. Poco después fueron detenidos en medio de la nada por efectivos de la Alianza del Norte, guerrilla agrupada por diferentes facciones de grupos armados cuyo objetivo común era el derrocamiento del régimen talibán que gobernó Afganistán. Seis semanas «desaparecido» Les metieron en camiones y viajaron durante días hasta que llegaron a la prisión de Kandahar, y eso los que lograron llegar con vida. «Fueron seis semanas muy, muy, muy difíciles. Nos tenían al aire libre con 45 o 50 grados de día y con temperaturas que congelaban el agua por la noche. No podíamos dormir. Cada dos horas nos despertaban para hacer recuento y la comida era muy escasa. Después llegaban los interrogatorios, donde nos pegaban. No había baños, ni duchas y teníamos el cuerpo lleno de picaduras de piojos», relata Ruhal. El hedor a muerte inundaba el lugar. Él se sentía como un zombi. Eran tantos y tan poco espacio que se turnaban para dormir. Sólo recibieron la ayuda de Cruz Roja y algunas visitas de la prensa. No podían mirar a los ojos de los marines, que no dejaban de preguntar, con violencia de por medio, por el paradero de Bin Laden. Durante estas seis semanas, su familia no supo nada de él. Cuando te anulan los sentidos El 14 de febrero del 2002 les pusieron los monos naranjas y les anularon los sentidos. Les taparon la cabeza con un saco y les pusieron unas gafas opacas encima para que no vieran. También les colocaron unos cascos acolchados para aislarles de cualquier sonido, unas mascarillas para filtrar los olores y guantes para evitar cualquier vínculo táctil. Les ataron uno a uno y, enfilados, realizaron todo el viaje esposados y anclados al suelo. «La primera sensación que tuve cuando llegué a Guantánamo es que aquello parecía un zoológico humano, donde las personas estaban en jaulas, como las bestias». Durante su estancia de dos años y medio en los polémicos penales de la bahía cubana fue sometido a violentos interrogatorios, en los que, según relata, se le intentaba relacionar con Al Qaeda. Agentes de la CIA y del FBI le mostraban vídeos y fotografías de mítines de Bin Laden en el año 2000, a los que decían que habían acudido, pese a que era más que comprobable que ni él ni ninguno de sus dos amigos se encontraba en Afganistán en esa fecha. Su coartada era tan fácil de verificar como ponerse en contacto con las autoridades inglesas, que controlaron a Ruhal durante todo el año 2000 por estar condenado a realizar servicios en favor de la comunidad como autor de un delito de estafa y engaño y otro de disturbios con violencia. No salieron de las celdas durante el primer mes y medio. En estos espacios de 2,5 metros, delimitados por una red metálica, tenían prohibido ponerse en pie y realizar cualquier tipo de ejercicio físico. Tampoco podían rezar ni hablar entre ellos. Si infringían alguna de estas normas, les enviaban la denominada Fuerza de Reacción Extrema, un grupo de cinco soldados vestidos de antidisturbios cuyo objetivo era reducir a los presos. «Quizá la peor época que pasé fueron los cinco meses de aislamiento en una celda en la que no oías ni veías nada». Lo único que le quedaba para sobrevivir era la mente. «No puedo hablar por los demás, pero yo intentaba dejar la mente vacía. Ponía la vista en un punto, me concentraba e intentaba olvidarme de todo el entorno». Durante los dos años y medio que pasó en Guantánamo recibió torturas, malos tratos, humillaciones, injurias y abusos físicos y psicológicos. Les confundían, explicándoles su situación, pegándoles y dejándoles después durante horas en posiciones dolorosas. «A veces nos dejaban anclados al suelo con las manos y los pies esposados en una habitación oscura con música estridente y con flases apuntándote a los ojos. Otras veces nos hacían los interrogatorios con perros ladrando muy cerca de nuestra cara». No tenían otra opción que defecarse encima. Convivía con ratas, ratones, cucarachas y todo tipo de bichos. En una ocasión, un marine le salvó la vida matando una tarántula que le acechaba mientras dormía. Llega el juicio Ruhal fue trasladado de una cárcel a otra. Su último destino, Camp Delta. Dur ante los interrogatorios les prometían que si asumían que eran combatientes de la yihad les darían un juicio. Uno de sus amigos lo hizo. A partir de entonces, la situación empezó a cambiar. Su país les reclamó. Antes de ser liberados, fueron convertidos en «los reyes de Guantánamo», como se les conocía entre los restos de presos durante esta última etapa en la que podían comer pizza cuatro veces al día. El 7 de marzo del 2004 salieron del infierno. Fueron juzgados en su país y liberados sin cargos. Actualmente, Ruhal, Shafig y Asif viven en Reino Unido. Ruhal colabora con Amnistía Internacional para oponerse a las detenciones secretas y exigir el cierre de Guantánamo. Lo hace por el apoyo que esta organización dio a su familia durante el cautiverio. Los tres jóvenes han coprotagonizado el docudrama Camino a Guantánamo, en el que se recrea su odisea. La vida sigue, pero nadie les ha perdido perdón. FRASES«A veces nos dejaban anclados al suelo, con las manos y los pies esposados, en una habitación con música estridente y con flases apuntándote a los ojos. Otras veces nos hacían los interrogatorios con perros ladrando muy cerca de nuestra cara» «En Kandahar -allí estuvo seis semanas antes de que le trasladasen a Guantánamo- nos tenían al aire libre con 50 grados de día y con temperaturas que congelaban el agua por la noche. Cada dos horas nos despertaban para hacer recuento. No había baños y estábamos llenos de piojos» «Para sobrevivir intentaba dejar la mente vacía. Ponía la vista en un punto, me concentraba e intentaba olvidarme de todo el entorno» «Nadie me ha pedido perdón. ¿Odio? A Bush y a su gobierno, pero no a los norteamericanos»

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