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Leopoldo Martínez fue condenado a muerte sin que sus descendientes supieran dónde reposaba

La memoria de quien quiere memoria

Una familia halla a su abuelo entre los fusilados hace 70 años en el cementerio de León

Cuatro de los cinco hijos estuvieron en el homenaje

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A. Caballero - león
León

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P. C. Las dos siglas identifican en el libro de registro del cementerio de León la causa de la muerte de Leopoldo Martínez Núñez a los 28 años de edad, con cinco hijos en casa. Parada Cardíaca -que no Partido Comunista- uno de los eufemismos bajo los que se esconde el plomo del fusilamiento con el que se dio la extremaunción a este labrador de Herrerías de Valcárcel, el día 29 de enero de 1938, a las 10.00 horas, en el campo de tiro de Puente Castro, acusado de participar en la revolución del Frente Popular. Setenta años después, casi una veintena de familiares, descendientes hasta la cuarta generación, llegados de Cataluña, Madrid, Lugo y el Bierzo, recobraron la memoria perdida cuando a su padre, a su abuelo, a su bisabuelo, le concedió el Generalísimo de los Ejércitos tres horas de capilla y desapareció siete décadas, hasta que ayer se reencontraron con él en el lugar en el cual estuvo la fosa común del camposanto de la capital. Sin resentimientos, sin revancha, sin necesidad de cerrar ninguna herida. Unas flores y ramas de pino de su pueblo berciano. La historia se rescata después de una generación -que puede tomarse como parte en el todo nacional- marcada por el silencio. Una generación que los cinco descendientes directos del represaliado -que había tenido un hijo más, que murió antes que él- vivieron en el limbo de la prudencia silente de la viuda. Alicia Martínez Martínez, que había llegado a Herrerías de Valcárcel desde Combarros, arrastrada por el carácter transhumante de los maragatos, nunca hablaba de lo que le pasó al padre, ni transmitió ninguna arista de odio a su familia, sino que decidió asimilar el fusilamiento de su marido sin generar un trauma colectivo. Callada cuando la preguntaban, murió hace veinte años y no supo nunca dónde estaba enterrado el padre de sus hijos, ni pudo aportar dirección a sus rezos, que empezaron a bisbisearse en el otoño del 36. Batida falangista Cayeron hojas sobre hojas y muchas heladas en el bosque hasta que un nieto decidió investigar la muerte del abuelo Leopoldo. Se encontró la «parada cardíaca» como pista desde la cual partir en el registro del Ayuntamiento del municipio berciano y tiró del tiempo hacia atrás para encontrar -ayudado por el Foro por la Memoria de León- las huellas del antepasado que se llevaron en una batida los falangistas y la Guardia Civil del monte de La Faba, un pueblo cercano. Dispararon a los tres que estaban juntos; los otros dos escaparon, pero él fue conducido a Vega de Valcárcel bajo la acusación de haber formado parte del grupo que, el 20 de julio de 1936, con los simpatizantes de la República venidos de Galicia en plena reclutación, se organizaron para recoger casa por casa armas y enseres con los que defender el frente que se abría con el levantamiento militar. La leva nunca llegaría a salir de la zona, que acabó en pocos días bajo el yugo del ejército nacional, cuyos representantes y simpatizantes empezaron a extender por la comarca una investigación sobre lo ocurrido en el lapso de tiempo desde que despegó el Dragón Rapide y se colgó la bandera rojigualda en el balcón del consistorio de Vega de Valcárcel. El sumario que se instruiría más adelante, encontrado hace poco más de un año por el nieto del represaliado berciano en el archivo militar de Ferrol, recoge una extensa citación de testimonios para sentenciar a los hasta 15 incausados que aparecen en su páginas. No se tomó en cuenta, a la hora de dar el veredicto, la declaración hecha por el jefe de Falange del pueblo, quien aseguró que Leopoldo Martínez Núñez no formaba parte del grupo organizado para pelear por la legitimidad de la República en los primeros días de la revuelta. Las palabras avaladas por el portavoz de los camisas azules quedaron invalidadas, según deduce del sumario el nieto del represaliado, por un testimonio de cargo más importante: el emitido por el cura de Balboa. Con las tropas nacionales en la zona, el párroco, por petición de los sublevados, redacta un diario, que se incluye en la instrucción del juicio, en el cual describe los días del verano del 36. A ritmo de la prosa que anegaría gran parte de la posguerra -plagada de términos alusivos al alma, al honor, la valentía, el sentimiento nacional y el demonio marxista- el sacerdote, quien seguiría en la zona durante muchos años, se erige casi en un héroe resistente a los ataques lanzados por los republicanos en los días siguientes al 18 de julio de 1936 y en los ojos del jurado militar constituido para juzgar la causa. El proceso El proceso lo vive Leopoldo Martínez Núñez ya en la capital leonesa, en la cárcel de San Marcos, donde le llevan tras pasar por Vega de Valcárcel, Villafranca del Bierzo y Ponferrada. Allí, el 18 de septiembre de 1937, conoce el auto por el que se condena a pena de muerte a un hombre que es definido en la indagatoria como «de estatura regular, corpulencia fuerte, de pelo negro y abundante, ojos pequeños de color negro, cejas negras y abundantes, nariz regular, boca regular y que viste traje de pana». En ese mismo documento se le pregunta «si es cierto que se dedicaba a reclutar gente y a registrar las casas, recogiendo armas; que capitaneó grupos que fueron a otros pueblos, tales como a Balboa, en donde se detuvo al sacerdote de aquella localidad, insultándolo escarneciéndolo; que fue a otros pueblos como Ambasmestas para recoger armas y que al frente de un grupo de gente armada vino a Ponferrada para luchar contra la Guardia Civil». «No es cierto», fue la respuesta. La negación de los cargos no sirvió para que el día 28 de enero de 1938, después de meses de espera, se conmutase la pena. Franco confirma la ejecución y concede a Leopoldo Martínez Núñez «tres horas de capilla». No le serviría esta gracia para que la familia, que no conoció la sentencia hasta hace un año, pudiera visitarle para despedirse. Sus descendientes desconocen en que empleó los minutos que precedieron al sonido de los fusiles en las tapias de Puente Castro, el día 29 de enero de 1938, a las 10.00 horas. La historia que fue Cuando no hay eco que traiga las descargas del piquete nombrado hace siete décadas para hacer efectiva la pena que condujo a Leopoldo Martínez Núñez a la muerte -certificada por dos doctores, según consta en las diligencias protocolarias del gobierno franquista- la familia se reunió ante la tierra que cubrió a su patriarca, cuyos restos pasaron a un osario cuando se exhumaron los cuerpos que había agrupados en la fosa común del cementerio de León, donde se levantará la capilla laica en homenaje a los represaliados. «La historia fue la que fue», según concede el nieto que descubrió el sumario, vástago de la hija mayor de Leopoldo Martínez Núñez, que sólo tenía nueve años cuando su padre desapareció de casa y que ayer encontró la morada en la que estuvo. Mientras, su madre guardaba silencio y velaba por que la memoria no envenenase a la familia, convencia de que la rutina que impuso la larga celebración de la victoria franquista durante la posguerra no hería a los mudos. Todo el material encontrado pasará, según tiene previsto su recopilador, a la biblioteca u otro espacio del municipio. «Me interesa la memoria de la gente que quiera tener memoria», mantiene el descendiente de Leopoldo Martínez Núñez. Puede serle útil a la gente saber que P. C. no era parada cardíaca. «Estos pobres labradores de la montaña viven alejados de los centros culturales y las únicas personas que podrían haberlos redimido de la ignorancia eran los primeros que tenían intereses en que permanecieran en ella» ABOGADO DE LA DEFENSA

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