El ojo del papón
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Quien quiera acercarse a la Semana Santa de León debe retornar a su pasado. Debe buscar en la memoria y deshacerse de convencionalismos. Que se desnude de su madurez y vuelva a la infancia, a esos maravillosos tiempos en los que siendo niño todo se vive como protagonista. No sirven en León los meros espectadores. Se necesitan corazones dispuestos a sentir lo que muchos, bajo los capillos, gritan en silencio al ritmo de sus pulsos. Si alguien intuye una lágrima que de repente quiere resbalar por su mejilla, quizás habrá comenzado a entender la esencia de nuestra Semana Mayor que este año solo ha tardado en llegar trescientos diez días. Hoy, cuando en la atardecida la Morenica del Mercado sea descendida de su hornacina para vestirla con sus mejores galas, cuando ya muchos leoneses respiran ansiosos por el inicio de una nueva Semana Santa, quien les escribe intentará llevarles por el camino de las emociones, las que aprendió de niño y que cada primavera se repiten año tras año y ya van casi quinientos. No busque quien observe el paso de la procesión desde las aceras, grandes obras del arte de la imaginería -aunque las haya, sí-, ni demasiado orden en las filas. Ni siquiera el deleite del desgarrado canto de los saeteros. Quien transite por León estos días, debe respirar profundamente y empezar a sentir la emoción del niño que, desde los desfiles, acerca su mano enguantada a otros que desde las aceras, sonríen unos, lloran otros, pero ninguno permanece indiferente. Debe estar dispuesto a oler. A oír. A ver. A degustar. Y a tocar. Disfrutará con muchos cantos antañones que coros ataviados de pasado se empeñan en hacer llegar al espectador. Se asombrará con el sonido de las horquetas del ayer por mucho que la mayoría de las penitenciales hayan dejado perder ese acompañamiento sonoro. Y, si se deja llevar, se asombrará con muchos sutiles gestos que hacen de la celebración primaveral la Fiesta Mayor de la ciudad. Quien escribe estas líneas es consciente de que la historia que se va a relatar está alejada de la objetividad. No busque quien decida leer estas palabras, una guía procesional al uso. Lo que aquí se destaca es un paseo por las emociones de cualquier papón. Es un puñado de momentos, lugares, olores y sonidos que, cada primavera, hacen enmudecer la garganta de muchos. Estén dispuestos a disfrutar. Pregunten a los hermanos. Déjense llevar por los sentidos. Intenten no cruzar por las procesiones. Si comen pipas, no tiren las cáscaras al suelo: se convierten en dardos para los pies descalzos. Oigan indulgentemente las bandas que ponen su alma en sonorizar los cortejos; sus miembros, amantes de la música pasional, son aficionados. En fin. Estén dispuestos a soñar diez jornadas completas. En estos días en los que la ciudad se corta al tráfico a menudo, disfruten de los paseos por nuestras calles y plazas. Inicio, pues, el día de la Víspera más anhelada un recorrido por las sensaciones. Si lo desean, estaré encantado de acompañarles en la procesión. Solo necesitan una premisa: déjense llevar por los cinco sentidos. Que así sea.