La destrucción
La destrucción no tenía hogar, estaba deambulando por el mundo buscando un lugar donde acoplarse, como un germen maléfico, como un parásito infecto que empujaba a la víctima a cometer destrucción y a transformar todo lo que le rodeaba. La destrucción, desamparada, buscó refugio en los montes donde fue recibida por el dios de las montañas que la ahuyentó con tan solo percibirla: -¡Tú contaminas y destruyes mis montes! ¡Fuera de aquí! -gritó. La destrucción huyó despavorida. Poco después fue a visitar al amo de los mares y éste también la espantó: -¡Tú destruyes mis aguas y matas a mis criaturas! -vociferó. La destrucción no le dejó acabar, sabía que allí no era bien recibida. Al cabo de un tiempo la destrucción fue a ver a la diosa de los bosques y ésta la recibió colérica: -¡Tú no debes existir! ¡Fuera de mi vista, maltratadora de bosques!- La destrucción se marchó pues la diosa de los bosques quería triturarla. La destrucción fue a visitar al amo de los vientos pero éste no quería ni verla. -¡Tú contaminas mis aires y destrozas la capa de ozono! ¡Te destruiré!- La destrucción tomó las de Villadiego y comprendió una cosa, no podía pegársela a ningún ente divino, así que probaría por algún mortal. Buscó entre las diferentes razas que habitaban el universo y encontró a la adecuada: los seres humanos. Cuando los encontró no opusieron mucha resistencia, al fin y al cabo, no les importaba el medio ambiente, así que echó sus podridas raíces en los espíritus mortales de los humanos y se asentó en su esencia y su envoltura carnal. Los humanos no se dieron cuenta de este suceso y siguieron su vida sin ninguna alteración, excepto la de que si veían un prado lleno de vida, tendían a destruir todos los animales y transformar el prado en unos apartamentos. Poco a poco se dieron cuenta de lo que sucedía (los humanos generalmente eran una raza bastante estúpida) y quisieron ponerle fin pero era demasiado tarde, la esencia de la destrucción había impregnado el espíritu del ser humano, aún así, las últimas generaciones humanas no se dieron por vencidas y lucharon contra el impulso instintivo de la destrucción consiguiendo que se reprimiera levemente la esencia de la destrucción, y en consecuencia, el caos destructor que había en el mundo. Fin de la leyenda «No intento decir que los humanos somos tontos o que somos maléficos, sino que poco a poco estamos destruyendo el planeta y que la destrucción no es instintiva, sino racional y en consecuencia podemos combatirla y hacer de este mundo un lugar mejor para vivir».