Diario de León

| Obituario | Antonio Pérez Vecino |

Toño Pérez Vecino, en la memoria

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Pacho Rodríguez - madrid
León

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H oy hace una semana que nos falta Toño Pérez Vecino y por las calles de León ha dejado de pasar un ángel, médico, de la guarda de los leoneses que en jornadas eternas en el servicio de urgencias del complejo hospitalario fue testigo acogedor y primera asistencia de los que alguna vez en su vida han tenido que pasar por ese trance de emergencia. Hay casos como el de Toño en el que la razón y el corazón se ponen de acuerdo y su temprana muerte da paso al recuerdo y reconocimiento anónimo y cotidiano de los muchos que se enorgullecían de su amistad y que ahora, en su ausencia, no quieren dejar que se pierda la oportunidad de que su vida al servicio de los demás caiga en el olvido. Algo, por otra parte, imposible, porque lo de Toño, El Médico, era una enmienda a la totalidad de la enfermedad, era el día a día, el minuto imprescindible para llegar a tiempo. Me pregunto, no lo sé, cuántas veces antepuso su vocación a su propia vida. La acción médica directa a los quehaceres en su beneficio personal y profesional. Me contesto, en lo privado, que cuántas veces oí eso de: tuve que ir a urgencias y me encontré con Toño, el hermano de Ezequiel, y qué suerte¿ También oí esta semana en muchas voces que qué buen paisano era. Lo será siempre. De Asturias, compañeros que encontraron a una buena persona desde el primer instante, luego mostraban su admiración por conocer a un doctor de pleno conocimiento, experiencia y sabiduría. Un crack. Durante estos muchos años, sin saberlo, teníamos por las calles de León a un ángel de la guarda, grande, buenazo, que sin nosotros saberlo nos cuidaba. Que vivía la ciudad desde el asfalto a la camilla del hospital. Se le veía. Se prestaba a una charla al momento. Paseaba por el Cid, por el Polígono X, por todo León. Antonio Pérez Vecino, médico, era una eminencia de la vida. Con un olfato médico prodigioso. Con una mirada noble y con el aura de las buenas personas. Queda el consuelo, imposible aún, de que no reservó su magisterio para los grandes foros, sino que lo entregó con generosidad a pie de ambulancia al que llegaba con la máxima necesidad. Estuvo a disposición de los demás hasta el último momento. Como si tuviera claro que la responsabilidad de su profesión no admite paréntesis. Nos queda su bonhomía, su disposición y una forma de ser que, de manera contagiosa, obliga a ser mejores. A fomentar esa mirada serena que él llevaba como sabia actitud para mirar al mundo y a la frágil vida. Qué suerte, haberte conocido, Toño.

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