Diario de León

OPINIÓN

Con las botas puestas

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Cuando nacen gentes así, rompen el molde. Y cuando se van, dejan huérfano el andar de los días, el encuentro celebrado. Es el caso. Aunque de poco nos valdrá que su nombre quede grapado para siempre en los rincones que le evocan, allí donde él aniquilaba las tristezas provincianas y condenaba el chisme morugo o torvo a tres años y un día. El hijo de Constante, alumbrado al genio en Láncara de Luna, era gente de talla, un don José en respetos y un gran Pepe en la cocina del trato y en la charla tendida, Rodríguez Quirós, magistrado y magistral, sentando cátedra sin pretenderlo, sentencioso en lo llano, juicioso en estrados, la sonrisa franca por delante, la ironía en rama como antibiótico para la infecciones de la vida, una montaña era este juez, amigo, babiano, tertuliante inagotable con munición ingeniosa y anecdotario nutritivo. Sus clases de Derecho atiborraban el aula. Sus lecciones chateadas no se olvidaban. Sus opiniones sentaban jurisprudencia. Murió ayer Quirós y no dio aviso. Si no fuera como fue, no se lo perdonaríamos, porque a los amigos nos deja el zurrón lleno de deudas. El suyo, que era zurrón de Pastor Mayor de los montes de Luna, se lo llevó repleto de las mil y una situaciones en las que fue célebre su ingenio, su vivir intenso, su hablar directo y su tropel de amistades. Serán infinitas las anécdotas que hoy evocan los que le quisieron, le conocieron u oyeron hablar de él tantas veces. La peripecia de la vida le fue generosa en trances y lances, así que se ahormó por voluntad y estilo en un «echao palante», en un alargador del tiempo. Era Quirós la razonabilidad bromeada y la grandeza disimulada. A los reveses de la vida, y los tuvo de consideración, replicaba con grandeza de ánimo y un vitalismo latido, rotundo, cachondo y hasta insensato. Era un querer vivir sin aplazamientos, un encarar lo porvenir sin darle tregua ni resquicio a la pesadumbre o a la moderación. ¿Cómo, si no, explicar que hace unos días estaba pescando en la Babia de su entraña o charlando anteayer en la plaza de la Pícara?... ¿Cómo extrañarse de que el último latigazo que sintió en el pecho le pillara con las botas puestas?... Que sepas, enorme Pepe, que a tu Pepita y a la crianza -rotos de sorpresa y de una ausencia que se les hará gigantesca- aquí les va el corazón nuestro que ya era de tu propiedad. Y que a Susana se le ha quedado hueco el suyo porque no quiere aceptar la noticia repitiendo el «home, no; home, no» con que cifrabais el saludo y el guiño. Allá donde hayas partido, no podrán quejarse: el aburrimiento celestial quedará condenado a dos eternidades y un día.

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