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Te doy mis ojos

Adal y Kalo patean con sus dueños las calles de León. Son los ojos de Rafael y Alfonso. Conviene no distraerlos y respetarlos, las leyes garantizan su derecho a acceder a los lugares públicos

Kalo, el pastor alemán de Alfonso Fidalgo, conduce a su dueño por otro camino alternativo

Publicado por
C. Tapia
León

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Adal es un perro labrador de dos años. Es cariñosa, juguetona y testaruda. Pese a que Rafael le pide que avance en su camino, ella se para. Ha llegado a un semáforo insonoro. Gira la cabeza, parece que busca más obstáculos. Cuando el semáfono se pone verde avanza entre el resto de los peatones. «Muchas veces la gente cruza en rojo y eso la despista», dice su dueño, que no se suelta de la correa y el arnés del animal. Rafael Carpintero tiene 69 años. Se quedó ciego hace treinta y nueve años, dos años después de que se golpease la cabeza en una caída. Pese a su ceguera siguió trabajando hasta la edad de su jubilación. «Estaba en un almacén de frutas en Gijón y empaquetaba seiscientas bolsas diarias». Ya ha tenido cuatro perros. «Me guía, pero tú tienes que saber a dónde tienes que ir», dice. Carpintero es una persona muy activa, reivindicativa, «pero nunca pido para mí». Ha recorrido 5.000 kilómetros por España, junto al berciano tetrapléjico Pedro González. «Pedimos la desaparición de la las barreras arquitectónicas y mentales, que son las más difíciles». Ahora se ha propuesto otro desafía: organizar un festival musical para la sensibilización de las necesidades de la población discapacitada, como la necesidad de más perros y residencias adaptadas para mayores. Dice que Rocío Jurado le brindó su apoyo antes de morir, pero el proyecto quedó en el aire tras su desaparición.

Alfonso Fidalgo, director de la Once en León, se quedó ciego a los 17 años a consecuencia de una retinosis pigmentaria. Hace dos meses que tiene a Kalo, un pastor alemán de pelo largo juguetón y afable. «Es una gozada disponer de un perro así, según están las calles de León», dice Fidalgo que reprocha al Ayuntamiento la ausencia de señal acústica de la mayoría de los semáforos de la ciudad. «Eso no pasa en San Andrés del Rabanedo, allí todos los semáforos tienen señal acústica».

El ciego sólo recibe el ruido de la ciudad, (salvo el caso de los ciegos sordos, cuyos perros necesitan de un entrenamiento mucho más específico). Tanto Rafael como Alfonso coinciden en que el mobiliario urbano que no está pegado a la pared, los toldos de los establecimientos en las aceras y los coches mal aparcados representan las mayores dificultades con las que se desenvuelven diariamente.

Para que el perro detecte una calle con paso de peatones o un semáforo es necesario que el rebaje de la acera no está completamente al ras del suelo. «No es bueno ni cuando vamos con el bastón ni cuando nos guía el perro, que no detecta ningún bordillo y sigue caminando», dicen estos dos invidentes, «un centímetro al menos de altura no molesta a los que van en silla de ruedas y es muy beneficioso para nosotros», afirman.

El derecho de acceso de las personas ciegas o con deficiencia visual usuarias de perro-guía al entorno y, en particular, a los lugares y espacios de uso público, con independencia de su titularidad, está garantizado por leyes dictadas por las distintas comunidades autónomas. En aquellos casos en los que la normativa autonómica no prevea nada sobre esta materia, se aplica la regulación estatal contenida en el Real Decreto 3250/1983, de 7 de diciembre. «No es nada fácil ir con un perro guía, tiene que haber un vínculo con su dueño, que tiene que estar orientado para indicarle hacia dónde quiere dirigirse», asegura Alfonso Fidalgo.

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