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La crisis le hace sombra a las terrazas leonesas

Los hosteleros se quejan, además, por la nueva normativa municipal y por la ausencia total de apoyos al sector

Terraza en la plaza Mayor.

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León

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En la calle Ancha del casco viejo leonés la crisis aún no es ese temeroso monstruo que parece estar arrasando con todo allí por donde pasa. Aquí asusta y su presencia se hace notar, pero por el momento no ha logrado alterar el ecosistema. Los clientes son los mismos, aunque consuman menos, y la mayoría de los hosteleros de esta zona afirman que si han notado menos la crisis es gracias a esta fidelidad. No han disminuido ni el personal ni el número de mesas en terraza y aseguran que éstas, a pesar de su coste (en esta calle una terraza puede alcanzar los 3.000 euros), continúan siendo rentables. Y es que, si hace buen tiempo, la crisis parece más lejana.

Pero la situación se ensombrece a la vuelta de la esquina, en las calles más íntimas y recogidas de la ciudad, como la Sal. Allí, a sólo unos pasos de la Catedral y de la calle Ancha se encuentra el Bar Cuervo. La situación es tan distinta que parece que uno se ha mudado de planeta. La mención de la palabra crisis provoca suspiros y un brillo triste en los ojos de Maite, que, a pesar de todo, no deja de sonreír. La leve preocupación por la crisis que flota en el aire de la calle Ancha se transforma aquí en un peligroso nubarrón.

La importancia de la situación . Pese a que la terraza cuesta aquí mucho menos, unos 300 euros por la temporada, los ingresos son también mucho menores. No obstante, la clientela fija de este bar-restaurante, que Maite ha logrado reunir durante los últimos 4 años (antes servía únicamente bebidas), no le abandona. Al estar situada al comienzo de una zona a la que los jóvenes se acercan en busca de copas, también algunos paran allí en busca de un trago, y teniendo en cuenta los tiempos que corren, cualquier demanda es bienvenida.

Desde allí uno puede deslizarse al Húmedo, a la Plaza de San Martín, y adentrarse en el Bar Jabugo. Un cartel que versa «Para enfadarse se necesitan 37 músculos, y para sonreír sólo 4, no malgastes energía» recibe a los clientes junto a la amabilidad de sus dueños, Ana y Fran. Y es precisamente de lo que tienen que armarse, de energía para no cabrearse, para enfrentarse no sólo a la crisis sino también a los obstáculos que el Ayuntamiento les pone en su camino en uno de los peores momentos de su trayectoria como hosteleros.

Falta de apoyos. La terraza aquí no es tan cara como en la calle Ancha ni tan barata como en la calle de la Sal (cuesta cerca de 900 euros), ya que los precios varían según las zonas (si bien han aumentado en todas con respecto a años anteriores a pesar de la crisis); sin embargo, se quejan de que tienen que pagar «el agua, la recogida de basuras, el reciclaje, la limpieza y el nuevo mobiliario que tienen que comprar para adaptarse a la nueva normativa». «No haya ayudas del Ayuntamiento», lamentan, y por eso «hay gente que se marcha a otras provincias». Además, consideran que «El Húmedo está olvidado», puesto que ningún espectáculo de la ciudad, que atraería a los clientes, tiene lugar allí.

La nueva recogida de basuras, que les obliga a depositar los deshechos en bolsas mucho más pequeñas, también supone una faena y un trabajo añadido para un negocio que genera residuos en cantidades industriales. Por todas estas pequeñeces , los pequeños hosteleros no malgastan energía en cabrearse, pero se ven obligados a emplear el triple en sonreír; cuando ya han tenido que reducir personal y están pensando que, de seguir así, tendrán que hacerlo nuevamente o quitar alguna de las mesas de la terraza.

Otros factores. Marcela Gordón, del Rancho Chico, situado en la Plaza de San Martín, reconoce que la crisis y las medidas del Ayuntamiento contribuyen, pero no son los únicos factores. El hecho de que, por ejemplo, todos los bares de la zona cierren el mismo día lo considera contraproducente, ya que «si alguien se asoma ese día por allí y ve todo cerrado, se marcha». Además, según explica Marcela, la asociación «no funciona bien, no convoca reuniones para informar». Como consecuencia de todo ello, según nos cuenta Marcela, ahora mismo, se trabaja sólo los fines de semana.

El Burgo tampoco se libra. La situación tampoco mejora mucho al final del recorrido, en El Burgo. Los dueños de La Solera o del Mesón del nombre homónimo al del barrio aseguran que se consume menos-” «la crisis es para todos, no sólo para nosotros»-”, aunque de momento no han reducido personal. A las quejas, similares a las emitidas por El Húmedo, el propietario del Mesón añade que está «harto» de las horas de recogida de basura, ya que en plena hora de la comida molestan a la gente.

Obstáculos y circunstancias que no derrotan a los grandes monstruos -”el dinero y la temible crisis-”, sino que crean otros nuevos, más pequeños, que ponen de manifiesto la ausencia de apoyos en un momento complicado para perpetuar un negocio sin el que el verano quedaría reducido a las cuatro paredes, ahora asfixiantes, donde pasamos el resto del año.

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