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Crónica | a. caballero

Negro sobre Blanco

El soterramiento de Feve arrastra una década de anuncios frustrados

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León

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Cuando aquellas cooperativas del desarrollismo empezaron a pespuntear de casas la vía, el tren se encontró metido en una trinchera. León era otra cosa. El urbanismo pasaba por la necesidad de dar casa a quien había encontrado las puertas del campo. Vivir en la capital, por sí mismo, era sinónimo de calidad de vida. El traqueteo se entonaba poco menos que como el compás de un bolero. Pero la gramola cambió de gustos y la línea métrica se convirtió en estorbo. Entonces, surgió la necesidad de ver cómo se cosía la herida, a cuyos lados supura el 25% de la población de la ciudad: con el cierre de la línea, en los noventa, hubo quien pensó que un zurcido era suficiente, pero la resurrección del servicio desbarató la solución; desde aquella y aun antes, el soterramiento ha llenado bocas de políticos, hojas de periódicos, planos, programas electorales e, incluso, la retórica de los que vendían los pisos de la zona con el caramelo de que, en poco tiempo, tendrían un parque en frente para el recreo de mayores y pequeños.

Pero crecieron los niños y las administraciones son las únicas que han jugado al escondite durante todos estos años.

El caso es que en los dos últimos mandatos -”los anteriores se limitaron a sugerir, plantear y pedir a Europa sin tener la ubre en la mano, pero con grandes dosis de publicistas-” el tiempo se ha detenido sin más trajín que el que han hecho los papeles. En el primero, Feve llegó a aplaudir como «prudente, posible y viable» el proyecto de soterramiento, pero se amuró cuando la moción de censura desalojó a los socialistas del sillón de mando. Todo era poco menos que una declaración de intenciones y en esas quedó, hasta que con la vuelta al poder del PSOE amaneció de nuevo: volvió el presidente de la compañía (de aquellas, Dimas Sañudo), llenó de paneles la estación y suscribió lo que le pusieron delante sus compañeros socialistas del consistorio: el soterramiento de 2,6 kilómetros, desde el apeadero de La Asunción, y la construcción de seis líneas de tranvía, aunque sin hablar de dinero.

En estas llegó Villalba a la presidencia de Feve. El hombre-puesto-para-soterrar-el-tren, como le vendieron sus amigos socialistas de León, que se anotaron el papel de avalistas de su nombramiento. Pero a los 3 meses abrió la boca y habló de «otras alternativas al soterramiento». El PSOE del Ayuntamiento le despachó con un estudio, firmado por la consultora del Plan de Movilidad que le enseñaba la espada para que se diera con la pared: cedía la traza de la línea métrica desde La Asunción, donde se construiría un intercambiador, para el tranvía de ancho internacional -”lo que le dejaba al margen de poder operar con su maquinaria-” y pagaba una parte de los 20 millones de euros de coste; o soterraba y contribuía al desembolso de los 72 millones de la factura.

Cartas fueron y vinieron. Villalba se mimetizó con el fondo y apuntó que haría lo que dijera el Ayuntamiento. Días de rosas y sonrisas cómplices entre el alcalde y el presidente de Feve, mientras se jugaba a que en verano vendría José Blanco, recién nombrado ministro de Fomento, para anunciar el soterramiento. Pero el gallego miró para otro lado, a ver qué pasaba mientras pasaba el tiempo.

Pero a Villalba se le desató la lengua: un día dijo que el soterramiento estaba descartado y al siguiente, que si pagaba Fomento, bienvenido fuera, pero que Feve no pondría un duro.

El nuevo cruce pilló al alcalde en vísperas de ir a Madrid. Volvió y ante los medios, con la excusa de que Silván, consejero de Fomento, comprometía el apoyo de la Junta, anunció que el ministro Blanco le había dado su compromiso para el soterramiento. «No sé si será soterramiento o integración», corrigió Silván. «No está concretado», contestaron rápido desde el ministerio, atónitos ante la tirada a la piscina de Fernández, que así evacua responsabilidades y mete presión.

Ahora, el desatasco pasa por invitar a ministerio, Junta y Feve a que paguen una parte similar de la financiación, con el Ayuntamiento como cuarta pata, aunque en menor medida. Se hace con poco más de 60 millones, más los 16 de las plusvalías, apuntan. Pero si hasta la campaña el soterramiento sigue en vía muerta, se descubre el juego.

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