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Reportaje | L. urdiales

León se echaal campo

La ciudad recibió la infusión de rebeldía del que no quiere emigrar

Las calles de León recibieron la marcha campesina.

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León

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León, ciudad, que no pasa de ser un geriátrico con catedral (dato objetivo según el INE y el valor patrimonial), acostumbrada a vivir de espaldas a la provincia que le hace capital, recibió ayer una infusión de vida, de rebeldía, de reto social: «O peleamos o morimos», acertaron a concluir en el sector agropecuario leonés ante el momento socioeconómico de extrema gravedad que se vive en este ámbito. La mayor manifestación campesina que recuerda la generación de los noventa acabó como una pasarela de reconocimiento que pilló de sorpresa hasta a los propios protagonistas. León recibió al ceremonial en el mismo sitio en el que recibe a los forasteros, junto a la estación de autobuses. Pero le ofreció gestos de aprecio, si no de cariño, quizá para ponerse en paz consigo mismo, como se pone en paz la conciencia del nieto liberado con la memoria del abuelo.

Allá fue el campo leonés, que anunció la toma de León, y cuando llegó León ya estaba tomado. «Hombre, queríamos noticias del Gobierno, pero no estas», mascullaban algunos manifestantes sorprendidos ante la flota policial que procuró la autoridad competente, desplazados desde Valladolid en modernas furgonetas. Ni los manifestantes llevaban metralletas, ni los tractores eran tanques, ni las vacas vacas-bomba. Pero no faltó la exhibición de fuerza que manda el Gobierno. «Si Zapatero en vez de mandar tipos de estos programados para repartir ostias mandara soluciones económicas para el campo, mejor nos iría a nosotros, y mejor le iría a él, seguro», comentaba la muchedumbre superada por el despliegue de hombres azul oscuro que tuteló el pase de tractores, dos vacas, cinco cabras alpinas en remolque y unos kilos de maíz y patata o litros de leche de oferta por el suelo. «Tengo una vaca lechera, que da leche por un tubo, medio litro vale un duro; tolón, tolón», canturreaba la guía del ganado, para ajustar el momento al cuento.

El de ayer se cuenta ya como el día que marca el antes y después del campo leonés. «Sí, sí, que ya sabíamos que hoy no íbamos a arreglar nada, que ahora volvemos a casa y a trabajar como cabrones. Lo que queremos es que nos tengan en cuenta, que mañana no nos tomen a chufla, que la cosa está a punto de estallar», exponían a modo de reivindicación final. Fue la marcha de un cuerpo único con valores cromáticos como señuelo: los verdes y naranjas más chillones, los amarillos más tenues, según se trataba del distintivo que eligió cada organización agraria para distinguirse en la multitud.

Unos miles de leoneses, tantos como ocho mil, echaron definitivamente a tierra el mito de que nadie tenía arrestos para manifestarse contra Zapatero en León. «Bueno, contra Zapatero, sí, y contra la Junta, que interviene en casi el cien por cien de las cosas que hacemos en el campo; que les digan a los bancos que levanten el pie, como lo hicieron en otros sectores, que no nos pisen más», incluyeron en otras conclusiones mientras doblaban el banderín y echaban la gorra a la cintura.

Detrás de la pancarta de los precios justos caminaban ocho mil almas, gente joven, con un lema latente, que elevan al nivel de clamor: lo que esos ocho mil hombres, mujeres y niños dijeron ayer es que no quieren emigrar como aquellas generaciones campesinas a las que salvó el tren que iba al norte. Los trenes que salen de León, hoy, ya no van a ninguna parte.

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