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Seis años cautivo en su propia casa

Ángel González Castro, de 82 años y operado de cadera, pondrá el pie en la calle en octubre gracias a la instalación de un ascensor en el edificio en el que reside.

Ángel González toma su ración diaria de sol junto a las máquinas de coser que utilizó como sastre.

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A. Domingo | Astorga
León

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Se van a cumplir seis años desde que Ángel González Castro, de 82 años, salió a la calle por última vez y ya se acerca el fin de su cautiverio. El 9 de octubre del 2006, una caída le produjo una fractura de cadera cuyas consecuencias, unidas a los impedimentos que le dejó una enfermedad de niño, le han imposibilitado volver a los paseos de entonces —generalmente, desde su domicilio hasta la avenida de Ponferrada, para tomar café—. Desde entonces el tiempo ha transcurrido entre las viejas máquinas de coser que le sirvieron para ganarse la vida como sastre, acercándose a la terraza o a las ventanas como único contacto con el mundo exterior.

«—Ángel, dígame, ¿hay tránsito de vehículos por la plaza Mayor de Astorga? —Se lo piensa antes de contestar. —«Creo que sí, aunque habrá cambiado», es su respuesta. Lo cierto es que en julio de 1998 finalizaron las obras de peatonalización de este espacio urbano, pero él ya no conoce el centro de Astorga.

Sin embargo, el aislamiento de este maragato de Lucillo podría finalizar el mes que viene con la puesta en funcionamiento del ascensor que se ha instalado en su comunidad de vecinos, en los número 14-16 de la calle de las Hermanas Estigmatinas de Astorga. González vive en la segunda planta. Son 10 viviendas las que se beneficiarán de un elevador al que tan sólo le falta la conexión a la luz, después de que haya conseguido ya todos los permisos del Servicio Territorial de Industria de la Junta de Castilla y León.

Ni al médico. María Asunción Marco Alonso, esposa del prisionero de las barreras arquitectónicas que asume su encierro —«para qué quiero una silla de ruedas para salir a la calle, si está uno machacado», dice—, confirma que desde que regresó del hospital, en el que permaneció cuatro meses, Ángel González, no ha salido de casa ni para ir al médico. «¡Cómo no llame al centro de salud!» Y es lo que hace esta mujer, incluso en caso de urgencia. «Un día le dio un mareo, perdió el conocimiento y se calló en el pasillo», relata. Rápida, echó mano del teléfono para solicitar asistencia médica. A otro tropiezo en la casa le dio el mismo curso.

Ángel González ya cojeaba de la pierna izquierda y movía mal la mano derecha desde niño, «por una parálisis». La fractura de cadera que le sentenció a estos años de reclusión afectó a la pierna sana, la derecha.

El matrimonio no se ha planteado solicitar la ayuda a domicilio que prestan los servicios sociales, pese a la situación de él, y María Asunción Marcos no lo considera oportuno: «Mientras yo me encuentre bien...»

González lee el periódico y cose alguna cosa para entretenerse y es un gran aficionado de la radio y admirador de Luis del Olmo, del que tiene una fotografía vestido de maragato en su cuarto de costura. «¡Es el mejor periodista del mundo!», afirma con entusiasmo.

González cosió «para los curas, la Guardia Civil y el cuartel de Artillería». Conserva recuerdos de clientes —artilleros y guardias, por lo que cuenta— con los que trabó una sólida amistad. «Tenía aquí 8 o 9 guerreras reformadas», manifiesta con orgullo.

«Un capitán, al que luego le destinaron a Valladolid y ya murió, venía mucho a casa. Se quitaba la pistola y la gorra y las ponía ahí. ¿Cómo se llamaba?...». Pese a sus esfuerzos, el nombre no le llega a la memoria, aunque sí los «unos cigarros puros que me traía, que olían... Eso sí, me decía que no fumara mucho». Recuerda el consejo del coronel Bragado, «Ángel, tú cobra. Cobra lo que tengas que cobrar», y al sargento de víveres, Tejero.

Ángel González se apasiona más cuando habla de sus siete hijos y otros tantos nietos —el mayor, ya es ingeniero— que cuando se le plantea volver a salir a la calle.

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