Diario de León
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Carta te escribo MARTÍN MARTÍNEZ

Querido hermano: No me has contado tu punto de vista sobre la cena de despedida que distéis a Papes. No me has dicho como estaba el pulpo, y supongo que la cazuela se la llevarías a la parienta, que no la vi en la foto a tu lado.

Ahora, querido, habéis quedado chamuscados, que digo chamuscados, abrasados, torrados, achicharrados. Compruebo que la quemadura que sufrió mi mano hace cuatro años y medio, puesta al fuego por un prometido programa cultural fue una nimiedad, aunque me ha dolido un huevo; como a otros que hicieron lo mismo y se la vendaron sin proferir quejas. Uno es así. A los pocos meses, viendo las acciones de las tales Aido, Pajín o Sinde —no hace falta contar más—, cuando el fuego se extendía sin poder atajarlo, juré poner la mano sobre una hoguera si santo Toribio me prestaba su roquete para sufrir el juicio de Dios; solamente prestaré mi aval a la familia y a los amigos; entonces me agarraron por sorpresa como a otra docena de leoneses que también entonan el «lamentatio»; somos unos Jeremías, que quieres que te diga.

Ahora José Luis está tomando de la misma medicina que tan bien supo expender. Si te diré una cosa, hermano; que el tsunami Rajoy se paseara por toda la provincia no me extraña en absoluto, con las excepciones de localidades mineras y alguna que otra de llanuras como Hospital de Órbigo, donde el puente es mucho puente: millón y medio largo. Cuenta a donde han ido a parar los millones de euros pregonados. Por eso me ha extrañado que ahí, en León, y en Ponferrada, donde sí habéis cogido cacho hayáis olvidado tan pronto aquella beneficiosa lluvia, habéis abierto el paraguas y así os libráis del pedrisco.

Claro que todo lo que ha sucedido —especialmente en nuestra provincia— se lo ganó a pulso, se lo buscó él, junto con Alonso por no parar los escándalos a tiempo. Las tropelías de Paquito Raquetas, de Belén Fernández y de Ibán del Blanco no supieron, mejor decir que no quisieron cortarlas a tiempo. El desplante de Alonso, dando la espalda y negando el saludo a Francisco Fernández el día de autos, según cuenta ese lince que es Romerín, de nada sirve. El daño, el mucho daño estaba hecho y Del Canto, como responsable de Caja España debe dar amplias y convincentes explicaciones.

En estos últimos cuatro años, dejó a España convertida en un erial; y a los del Sur de la provincia leonesa, ni siquiera tuvo el detalle, después de tanta promesa, de eliminarnos el peaje de la autopista. Di que yo no la he usado nunca, ni pienso hacerlo sino es por penitencia de confesión.

Pero no lloréis por él, cazurrines; prometió contar nubes desde la carretera de Carbajal dejando el camino bien empedrado para sus ocios filosóficos. Dejó a España abrasada —más que mi mano— y ahora es el crujir de dientes, el deslumbre de navajas cabriteras y facas de 15 centímetros; ya sabes, querido, el que reciba el pinchazo difunto que Dios perdone. Bueno tiempo llevan poniéndolas en la piedra de amolar los del PP, que empezaron nada más pasar aquel día de mayo. En ese camino hacia la Moncloa está ese paso de las Termópilas con una amenaza europea y una prima que es una aprovechada; ahora muchos preguntarán por lo suyo y caerán como moscas en el panal de rica miel. Mal las habrá Rajoy aunque con ese talante gallego puede que salve ese paso; hay que confiar, como no, en unas declaraciones de Rubalcaba de arrimar el hombro —por España dijo— para salir algún día del atolladero. Siempre que Carme, López, o tal vez Bono lo dejen. Ah, Rajoy dijo en la entrevista del día 17 que a los de Astorga los trataría bien; lagarto, lagarto. Lo invito a un cocido en Castrillo.

Así que hermano, cada perro que se lama la suya y que en nuestra provincia guarden alfanjes y cimitarras, dagas y puñales, todos, los vencedores y los vencidos que en ambos bandos intentarán usarlas. Soy, ya sabes, un tanto escéptico ante el enrocamiento que se vislumbra.

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