espinosa de la rivera
Los vecinos dedican una plaza a monseñor Argimiro García
Julián López preside el homenaje del que fue obispo de Tucupita.
Los vecinos de Espinosa de la Ribera rindieron ayer un cálido y emotivo homenaje al que ha sido uno de sus vecinos más ilustres, y que a quien más lejos ha llevado el nombre de este pueblo. Monseñor Argimiro García Rodríguez, nacido en Espinosa en 1905 y fallecido en Tucupita (Venezuela) en 1991, cuenta ya con una plaza en la localidad que le vió nacer y crecer. El Ayuntamiento de Rioseco de Tapia decidió en sesión plenaria rendir un especial tributo a este misionero agustino, cuyo recuerdo está muy presente entre los habitantes de esta pequeña localidad. Al acto acudió el obispo de León, Julián López, que presidió la misa que se celebró en su honor a las 12.00 horas. Más tarde, y en presencia de la alcaldesa de Rioseco de Tapia, María Trinidad García, del resto de la corporación municipal y del presidente de la Junta Vecinal Abundio Zapico, se descubrió una placa con el nombre de este hombre, sencillo y trabajador para el que también tuvo unas emotivas palabras el obispo de Caracas, el cardenal Jorge Urosa Savino, quien envió un comunicado para que fuera leído durante el acto de homenaje, ante la imposibilidad de acudir personalmente. «Lamentablemente lo conocí poco, pero sé que fue un gran obispo misionero, en una zona muy difícil de Venezuela, donde realizó una magnífica labor, como la construcción y dotación de la hermosa y amplia catedral de Tucupita», escribió el cardenal.
Hijo de Anastasio García, sastre, y de Josefina Rodríguez, más conocida como señora Pepa, pasó una infancia feliz en su pueblo hasta que a los trece años de edad ingresó en el convento-seminario de los Capuchinos en el Pardo. Tras estudiar en Santander y León, a los 25 años fue ordenado sacerdote y un año después fue enviado a las misiones a Venezuela. En 1943 fue nombrado párroco de la localidad venezolana de Tucupita, donde realizó una importante labor apostólica con los aborígenes, cuya lengua y tradiciones aprendió. Monseñor Álvarez llegó a colocar la primera piedra de la catedral de Tucucipa en 1957, y la llegó a consagrar antes de morir en 1991, siendo una de las más importantes de Venezuela.
Después del homenaje, al que por parte de su familia acudieron sus sobrinos, María Dolores García, Josefina Campillo y José Manuel García, los vecinos compartieron un vino español, con el que se cerró el acto.