Diario de León
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Opinión | Ángel Fidalgo

Me acabo de enterar leyendo un digital de Astorga: Martín, compañero, amigo, ha muerto. Que noticia tan triste e inesperada. La última vez que hablé con él fue en el concierto que ofreció Chefín, en el teatro diocesano. Entonces lo vi animado, con mejor aspecto y así se lo dije a él, que me correspondió con una sonrisa y un apretón de manos. Pensé que, finalmente, le había ganado la batalla al cáncer. Pero no ha sido así. Y lo lamento profundamente.

Martín era una parte esencial de la geografía humana de Astorga. Cuando yo me inicié en la profesión periodística, en el periódico de mi familia, La Luz de Astorga , Martín era la referencia, el profesional acreditado, fiable y experimentado que conocía a fondo la actualidad de ciudad, la oficial y la que no era tan visible o la que en ese momento no estaba autorizada porque todavía eran tiempos de censura y limitaciones en la información.

No sé para otros astorganos, pero para mi la Cope era Martín con su voz, con sus expresiones, con sus ironías, con su olfato. Por eso cuando abandonó, creo que en contra de su voluntad, la emisora de la Conferencia Episcopal se creó un vacío en ese entrañable medio informativo de muy difícil compensación en la memoria radiofónica de todos aquellos que nos asomábamos a sus ondas para conocer las últimas noticias de la ciudad a través de la personalísima narración de este periodista de Estébanez de la Calzada.

Es difícil escribir de un amigo que acaba de morir. Y mucho más lo es cuando ese amigo fue un gran periodista, porque uno intenta quedar a su altura para no defraudarle.

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