Seis corazones rotos y 365 días sin explicaciones
Opinión | juan carlos lorenzana
Hoy, 28 de octubre, hace un año que seis mineros no volvieron a casa, que se quedaron, enredados sus sueños, entre los diezmos que la mina pide de cuando en cuando. Hoy hace un año que la tragedia vino a recordarnos que la mina es la mina y que nadie sabe dónde guarda el amor y dónde el veneno.
A media mañana, en la séptima planta del macizo número siete del pozo Emilio, un torrente de dolor nos arrebató a seis mineros (y, aquí, aunque parezca un sarcasmo, hay que decir: y suerte..., porque pudieron ser más, muchos más). Seis vidas injusta y trágicamente interrumpidas. Una bolsa de grisú fue la causante. Una bolsa de grisú, «incontrolada», dicen, «inesperada», afirman. Y ni una cosa ni otra (incontrolada e inesperada) suenan a ciertas, ni a lógicas …y, esto, aumenta nuestro dolor. Como también lo aumenta la frialdad, la distancia, mantenida por la dirección de la empresa, una frialdad y distancia que, sumadas, aparecen como desdén.
Antonio, Carlos, José Luis, Manuel, Orlando y Roberto, esos eran sus nombres, esos eran ellos, todo corazón y sentimientos, y valentía, sí señor. Gente honrada que bajaba a la mina a ganar un sueldo, muchas veces escaso (escaso sí, a pesar de las muchas e interesadas mentiras que sobre esto hay), un sueldo con el que llevar a cabo sus ilusiones.
Roberto, Orlando, Manuel, José Luis, Carlos y Antonio no eran un dato, eran personas, por eso no debemos, no vamos a consentir que nadie les ubique definitiva y silenciosamente en la fría y neutra casilla de las estadísticas de los accidentes laborales.
Seis de los nuestros. De nosotros, de la gente del Pueblo, de los que siempre ponemos el sudor, la sangre y, también, las lágrimas, que, todo sea dicho, es lo que nos diferencia de ellos, de quienes, desde sus minas de moqueta , ordenan y mandan y lo hacen sin verter una mísera gota de sudor o sangre, que puede que tengan, porque, lágrimas, me temo, no tienen. Como tampoco tienen explicaciones creíbles que dar, o, quizás sí, pero las callan, pensando que quien calla y aguanta, vence..., quizás callan porque piensan que todo va a pasar, que todo se olvidará, que, quizás, una sentencia de éste o aquél tribunal les absuelva, como si eso, en realidad, importase mucho. No, no es la explicación legal (que también) la que interesa. Quienes conocemos algo de la mina ya sabemos cómo va eso de Jefatura de Minas y sus salidas por la tangente… No, no es esa la explicación legal, (que repito, también la queremos oír), la que añoramos, es la explicación que empiece con una disculpa y camine por la verdad. Que reconozca y asuma errores, y que proponga soluciones futuras, para que, al menos, la muerte de nuestros seis compañeros no haya sido, además de injusta, baldía.
Me sumo a la dignidad de estas familias, rotas. Rotas sí, pero íntegras. Me uno a su dolor, que siento como mío. Como mío, porque me siento orgulloso de formar parte de la gran familia minera. Me sumo a la rabia, mucha y contenida, de sus compañeros de aquí, de la Hullera Vasco-Leonesa, y de cualquiera de los muchos tajos que hay repartidos por todas las cuencas mineras. Ellos que saben. Ellos que saben que «la mina es buena, hasta que deja de serlo», pero también que hay veces, que «hacemos mala la mina»...
No sería justo por mi parte, no hacer un recordatorio especial para aquellos mineros que, en esos momentos de incertidumbre y peligro de la mañana del 28 de octubre, no dudaron en arriesgarse, en poner su vida en peligro, para intentar, aunque no con toda la suerte deseada, rescatar a los compañeros siniestrados. Que conste que, en éste como en otros casos, el triste resultado no desmerece el acto de compañerismo y valentía por ellos realizado.
Ni tampoco sería justo dejar sin mencionar a todos los demás mineros que la mina se llevó. Todos, todos, están en mi recuerdo.