Diario de León

LA CRISIS DE LA MINERÍA

Guerra en León al carbón importado

Un grupo de siete encapuchados vuelca la carga de carbón de un camión en la CL-631 en Santa Cruz del Sil. Ayer, una barricada y el vuelco de carbón cortan durante siete horas el tren en Ciñera

Un piquete corta la vía férrea en Ciñera y detiene un tren cargado con carbón de importación

Un piquete corta la vía férrea en Ciñera y detiene un tren cargado con carbón de importación

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MARÍA J. MUÑIZ / AGENCIAS | LEÓN
León

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Un grupo de siete encapuchados volcó esta mañana la carga de carbón de un camión que se dirigía a la central térmica de Anllares, provocando el corte del carril derecho de la CL-631, la carretera que une Ponferrada y Villablino, a la altura del kilómetro 31, en la localidad berciana de Santa Cruz del Sil, según informa V. Silván.

Según informaron fuentes de la Guardia Civil de Tráfico de León, la intervención del grupo se produjo alrededor de las 10.05 horas. En las últimas semanas la tensión ha vuelto a las cuencas mineras, ante el retraso en la puesta en marcha de nuevo mecanismo que regule e incentive el consumo de carbón autóctono y que ha vuelto a llevar a algunas empresas mineras a una situación de falta de liquidez.

Precisamente, ayer la subcontrata de Uminsa, Roel Hispánica, anunciaba el preconcurso de acreedores aludiendo a esa “reducción drástica” de la venta de carbón y lo hacía una semana después de aplicar un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) para toda su plantilla en la Gran Corta de Fabero y sin alcanzar un acuerdo con sus trabajadores.

No es el primer acto de protesta contra el carbón de importación. Poco después de las once de la mañana de ayer, una hilera de alrededor de 30 encapuchados atravesó, sorteando los coches, la carretera N-630, que separa Ciñera de la vía del tren, con un cargamento de neumáticos y combustible. En pocos minutos el pequeño túnel situado enfrente del pueblo era una chimenea de denso humo negro. Casi de forma inmediata se produjo la llegada de las primeras patrullas de la Guardia Civil, y el aviso de que el tren cargado con carbón de importación, con destino a la térmica de Gas Natural Fenosa en La Robla, había sido detenido unas decenas de metros antes, a la altura de La Vid.

Carreras por las vías para llegar hasta el convoy, con una decena de vagones de los que ocho fueron vaciados en las vías. Y vuelta al pueblo. De camino, los encapuchados interceptaron dos camiones cargados también con mineral procedente del extranjero, que bascularon en la carretera.

El tráfico ferroviario permaneció interrumpido durante siete horas. Renfe confirmó el restablecimiento del servicio a las 18.20 horas. El corte afectó a cuatro trenes Alvia, dos en sentido León y otros dos hacia Asturias; además de un regional express. Casi 400 viajeros que fueron trasladados en autobús entre Busdongo y Villamanín, y entre Gijón y León, así como los recorridos inversos; y vieron retrasada la llegada a sus destinos.

Esas fueron las consecuencias. El origen, la situación de tensión y desamparo que viven los trabajadores de la Hullera Vasco Leonesa y sus subcontratas, y con ellos toda la población de la cuenca minera. Mientras el enredo del ir y venir de despachos se resuelve con un discreto silencio y una reiterada voluntad de negociación, el futuro de los hombres y mujeres de la cuenca minera sigue asentado en la incertidumbre. Eso en el mejor de los casos. En los hogares, lo que se percibe es abandono y cierta convicción de que alguien ha tomado la decisión de ignorar sus problemas y su futuro, sin renunciar a rentabilizarlo políticamente.

Por eso aseguran que no valen los parches. No les sirven acuerdos forzados para intentar acallar bocas hasta que los votos descansen dentro de las urnas. Por eso no van a esperar. Lo anunció el otro día el presidente del comité de empresa de la Vasco, Miguel Sánchez, en la manifestación por las calles de la capital: «Nos vemos en la carretera». No se han hecho esperar. Y advierten de que este es sólo el principio.

Ni los mineros ni las gentes de la cuenca de Matallana están dispuestos a contemplar desde la inacción cómo sus empleos, su vida y la de la montaña central se despeñan por el barranco de la indiferencia, los incumplimientos, el cinismo y la demagogia que requiera el momento político. Eso cuentan en sus casas, en sus bares, en sus reuniones. Han contenido la rabia durante mucho tiempo. Hasta la mina les ha golpeado donde más duele, en la vida cobrada de los compañeros. Ahora no están dispuestos a responder con silencio al descaro del incumplimiento de unos planes que fueron firmados con brutales recortes, y que ni aún así han logrado ser cumplidos en la mayor parte de sus términos.

Se agota incluso el tiempo marcado por la parte política, que lleva meses de retraso, y con ellos amenazas de parón y deudas salariales, sobre los plazos fijados en las propias órdenes publicadas por el Ministerio de Industria. Se agota también la paciencia de quienes viven la mina. Aseguran que saben que no hay otro recurso. A los mineros sólo se les entiende el lenguaje del pasamontañas y el petardo. Quizá es lo que se espera de ellos. Aseguran que, después de semanas de búsqueda de apoyo en los despachos, no les dejan otra escapatoria. Pues ya están en las calles. En las carreteras y en las vías. En los rostros tapados, en los cortes y en el miedo. No les queda otro diálogo. Aseguran que no quieren causar daños ni recurrir a los métodos que la tradición les ha reservado para llamar la atención sobre sus problemas. Pero tampoco van a renunciar a ellos.

La realidad es que las cuencas viven una vez más al borde del ‘razonamiento’ cuerpo a cuerpo. Los mineros están otra vez en la calle.

 

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