Diario de León

PENÚLTIMA ENTREGA DE LOS CARNAVALES EN León

Un arco iris en medio del tono pardo

Los antruejos más representativos de la provincia desfilan por las calles de la capital y desafían a la meteorología adversa; zafarrones, castrones, zamarrones, jurrus, guirrios y mascaradas se adueñan del asfalto.

Exhibición de los toros y guirrios, los dos elementos centrales del antruejo tradicional de Velilla de la Reina, anoche frente al Palacio de los Guzmanes. RAMIRO

Exhibición de los toros y guirrios, los dos elementos centrales del antruejo tradicional de Velilla de la Reina, anoche frente al Palacio de los Guzmanes. RAMIRO

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miguel ángel zamora | león

Brasil hizo famoso el carnaval porque con 32 grados de temperatura, la vida se ve de color de rosa. Y de rojo, amarillo, azul y verde la pintan los toros y guirrios de Velilla de la Reina, que no lucen menos a pesar del eterno y desesperante gris del cielo leonés y que aún con un vientecillo cortante a ocho grados escasos de temperatura, desataron una sinfonía de tonalidades arco iris en medio del color pardo que caracteriza los atuendos del antruejo leonés, dueño ayer de la calle en la penúltima entrega de la fiesta dedicada a Don Carnal.

Dieciocho minutos tardó en pasar el cortejo entero por el Puente de los Leones. Santa Olaja de Eslonza hizo los honores en cabeza de carrera y el Entroido Berciano trajo a este lado del Puerto del Manzanal el burro real y la rememoranza bóvida, a los sones de la gaita gallega (¿cómo no?). Los Zafarrones de Riello desplegaron también sus monos blancos y las pieles de oveja impolutas para la ocasión.

Riaño sacó a la calle el Retráncano de San Martín y sus zamarrones. Tapadas las caras con velos confeccionados con base de tela de saco, el oso y el zorro cobrados a modo de trofeo de caza desfilaron ante los curiosos, ávidos de llegar a la plaza Mayor para desplegar una muestra de sus costumbres tradicionales. Más de un espectador desprevenido fue pasto del ataque de esas vejigas que tantos recuerdos de la niñez rememoraron a cuantos conocieron antaño la matanza y que ahora la modernidad y la sanidad han convertido en parte de los ritos ancestrales.

La Mascarada de Invierno de La Cabrera llenó de bebés y de cornamentas el cortejo. Directamente llegados desde Truchas (Truitas en el guión anunciador, portado enhiesto por uno de sus integrantes), los más pequeños de la comarca se sumaron también a la celebración. Fue justo antes de que los antruejos de Cimanes del Tejar y la Asociación Valdeaguas sacaran a la calle a La Eulogia y al Hombre del Saco.

Llegó entonces Velilla. Y la poca luz que quedaba se fundió en un abanico multicolor que brilló con fulgor propio. Elegidas varias mozas al azar entre el público (que todas estuvieran en edad de merecer y de muy buen ver fue mera casualidad, nada más) fueron toreadas en una suerte de saltos que evocan un rito de fertilidad, mezcla de historia antigua y atrevimiento moderno.

Carrizo de la Ribera llenó de tenacillas de madera y restralletes las aceras y a los jurrus de Alija del Infantado les tocó en suerte cerrar el listado de participantes. En la despedida, la acera se llenó de restos de serrín y el recuerdo del impacto de una especie de velociclo impulsado en una postura imposible por un esforzado de la ruta, auxiliado en su labor de pedaleo por dos propios de la tarea de arrastre.

Trescientos y pico participantes confluyeron caída la noche en los soportales de la más antañona de las plazas de la capital. Por la siguiente esquina del calendario asoma incipiente la Semana Santa...

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