Diario de León

CARTA TE ESCRIBO Martín Martínez

El museo Nolete

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León

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Querido hermano: La fiebre de los museos está aquí. Cada Ayuntamiento, Junta Vecinal, Concejo, Entidad Menor y Asociación que se precie ha de tener su museo. Enseñar las miserias pasadas, ensalzar a quienes atropellaron sin cuento, hace siglos, y revivir tiempos bien muertos es, ahora, dogma de fe. Ya ves, nacen más museos ferroviarios que estaciones tiene Renfe; de la minería ni te cuento; el caso es amontonar cosas, telares, achiperres, aperios desechados y el estaribel, el museo está montado. Se salvan cuatro casos que ofrecen un discurso didáctico y museístico ejemplar, de todos conocidos; lo demás moralla. Fíjate que hasta Nolete está ideando uno para el pueblo. Si la Rosario -que sigue tan jamona- le autoriza, pondrá la idea en práctica; visto lo visto no le falta razón, porque cachivaques tiene para montar una docena y, a lo mejor apaña alguna subvención. El otro día me quedé pasmado viendo lo que ha almacenado. No tengo espacio para todo pero toma nota: una pila de azadas viñeras, de mullir, de escardar, de riego; picos palas y azadones (como el otro, dos millones). Desde el arado romano, con reja embutida a la de orejeras y garganta de encina de la Chanica, pasando por la vertedera fija y la giratoria; un malacate, la grada, rastras de madera y de hierro, aquella que adaptó al viejo «lanz» que no podía más que con dos arados, y un «rotavator» que su sobrino ha arrinconado. Un carro, de bueyes, con paisajes al óleo de aquellos que pintaba, en Miranda, Mario Francisco y se le decían de tableros, y otro de taronjos sin que les falten las traguaderas, borbiones, pernillas y pernilletas, sus costanas y armadijos para el acarreo. Atropó, no sé dónde, pues él no tenía, otro de caballería con sus atalajes correspondientes como el bridón con cascabeles, la collera, sillín, zufra, barriguera y retranca. La portalina -y todos los camaranchones en torno al patio- es un batiburrillo; al lado de lo dicho aparecen los trillos, el tradicional de Cantalejo, otros con sierras incorporadas, o de discos, con sus cuartaderos, los hierros; la primera segadora que se vio por estas tierras, una «trepat» leridana con ruedas de hierro; aquella limpiadora fabricada por Diéguez en Lagunadalga; una majadora antiluviana con un motor «euro», acaso anticipo de la moneda; la trilladora «ajuria» y una cosechadora, casi desvencijada, de los años 60, que Nolete asegura, todavía, funciona. Rastros, rastrillos, bildos, forcas,palas de madera, bildas de todo tipo y tamaño; purrideras, cambones, escobas de baleas y codesos; porros de la maja, los mazos de garbanzos y del lino, alguna quilma de media carga, cuartales, eminas, celemines y raseros se mezclan con los sobeos, cornales, sobiyuelos, trasgas y teriuelas; yugos de tres o cuatro tamaños según las labores a realizar, y las mullidas con sus cobertores de pejello de perro y los más artísticos con cerras y las iniciales del dueño en clavillos dorados; cerandas de cuero y cribas de todas las clases que bien sabes las había para los garbanzos, las habas, los cereales y el lino, pues de todo se sembraba antaño. Por descontado, hermano, que no faltan los utensilios de cocina: un morillo espectacular; tres o cuatro clases de trébedes, las pregancias, una masera con sus piñeras, forganero y rodaco; cántaros, ollas y barrillas de diferentes tipos y tamaños; un barril cantarín, vinatero cien por cien y otro de juncos, tan apañado para la siega. Podaderas, podonas, machaos y machetas, garabitos, guadañas y cachapos, al aldo de mil aperios más, componen el inventario del futuro museo Nolete. La portalina, el corredor, la fresca cocinona de amplia campana, lo que fuera fresquera, las cuadras y la llastra, así como el corral están abarrotados de cuanto puedas imaginarte; telares que en el pueblo denigran y quieren olvidar. Tal vez sirvan para algo. Cómo y cuándo darles utilidad es otro cantar. Nolete sueña en museo; y en la subvención el jodío de él.

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