OPINIÓN Herminio Ramos
A José Martínez Peñín
Este año en la zamorana Feria de San Pedro de la Cerámica Popular, feria que marcaba la 31.ª edición, había un lugar vacío, precisamente el que había ocupado desde hacía más de un cuarto de siglo Martínez Peñín, más conocido por Fariñas. Desde el año 1974 fueron seguras y permanentes aportaciones a esa feria que lleva en su memoria la de la mayor parte de la alfarería de España. En esa feria y en esa plaza de Viriato conocí a José Martínez, más tarde le conocí en su casa y en su alfar, pero si algo he de recordar y recordaré siempre es, además del artesano del barro, al alfarero al hombre íntegro, serio, comedido, entregado a su oficio como lo hace el artista enamorado de su arte, cuando, sobre el torno, mueve las manos y giran al ritmo y al impulso de una fuerza que llevaba dentro. Desde el barro y las formas hasta la llegada a la feria, la pasada por el horno es la exaltación del oficio. El alfarero alcanza la plenitud de su arte cuando del horno sale la pieza y José, en su éxtasis humano, sentía la fuerza y la atracción del barro en cada momento de su vida y en cada momento de su expresión. Varias veces le acompañé a Pereruela. Su obsesión era el barro. Allí, visitando aquellos bancos de caolín y el barro rojo del «Cerro Colorao», José miraba aquellos lugares como santuarios de donde salía la materia prima que ha hecho universal en el fuego aquellas formas. José se entusiasmaba con el barro, lo analizaba con la mirada, lo tocaba casi religiosamente, yo diría que místicamente, era una liturgia, que el realizaba en una solemne y casi mística celebración con el barro. Acaso, muchas veces lo he pensado, era comedido en las expresiones, un tanto callado; su seriedad era, además de un atributo de su recia personalidad como artesano, la personalidad acusada de quien lleva dentro y encuentra en ello el equilibrio para sobrevivir a los avatares de un oficio al que la vida no siempre la ofrece garantías de supervivencia. Pero el hombre, el alfarero en la Feria, presentaba una tercera personalidad, que, sin duda, se imponía. José era el hombre serio, atractivo sin galanuras ni alambiqueos, estaba en su puesto siempre dispuesto a contestar afablemente al posible cliente, era otro José, distinto al que en cada momento miraba el barro de manera casi obsesiva. En la feria era la templanza, la serenidad, la seriedad misma. Era como un gran señor, que en la gran feria se limitaba a la sencilla y simple tarea de vender y vendía a todo el que hasta él llegaba. Vendía con la misma seriedad y el mismo estilo y afectividad a las diez de la mañana o a las diez de la noche, y las formas de Jiménez de Jamuz, que solo eran conocidas en la zona norte de la provincia, llegaron a la plaza de la mano de José y llenaron alacenas, cocinas y estantes. Y Jiménez entro de lleno, de la mano de José, en Zamora y llegó a través de compañeros de oficio y de enamorados de las formas alfareras hasta el último rincón de la geografía. Cuando pasen los años, cuando se haga el balance de la primera feria alfarera de España, José estará en los primeros capítulos como tantos otros que ya desaparecieron, porque José, como Miguel -también presente desde la primera hora-, creyeron en la feria y creyeron en los que la habían programado y creyeron sin dudar de aquel que en este momento yo le dediqué con más fuerza, acaso que nadie, el más cariñoso de los recuerdos y el más emotivo de mis sentimientos, porque en esa primera hora de la feria yo estaba con ellos y con ellos sentía la necesidad de alargar la mano y la vida de los alfares proyectándolos hacia adelante en una sociedad que evolucionaba aceleradamente y dejaba atrás el pasado, olvidando que el futuro, suele estar escrito casi siempre en ese pasado que muchas veces no solo olvidamos, sino que a veces inconscientemente despreciamos, en un ejercicio de peligrosa irresponsabilidad. En el universo de la Alfarería hay un hueco que ha dejado vacío la marcha de José, hoy le recordamos quienes con el convivimos días y años de manera irreprochable y creando vínculos de verdadera y sincera amistad. Toy tenemos un deber, por parte de todos los amantes de la alfarería del barro y de sus emblemáticas formas, y es convertir, todos estos testimonios y recuerdos en una oración, que llene el recuerdo del alfarero que se fue y, al recordarlo en el fondo de nuestros corazones, nos quede el consuelo y la tanquilidad de haberlo hecho con todo cariño y de haberle entregado lo más puro de nuestra amistad. Descansa, José, en el noble barro del valle del Jamuz. Mientras la feria de Zamora viva, tú estará presente en ella.