Al doctor Emilio Fernández

Tu reciente fallecimiento me ha sorprendido, pues habías salido victorioso en tantas y tan duras pruebas que, la verdad, me causó gran extrañeza y pensaba -como profano que soy- que ya estarías fuera de todo peligro aunque con las consiguientes limitaciones y cautelas. No fue así. Ciertamente muchos jirones de tu vida fuiste dejando en el camino que recorriste hasta llegar a la meta. Y tú lo sabías muy bien como experto y excelente profesional de la medicina que eras. Ganaste muchas batallas a la muerte y lo admirable fue que lo consiguieras con esa elegancia espiritual, ese carácter ejemplar y esa simpatía que derrochabas a raudales, como si nada ocurriera en ti. No te enervaba ni te decepcionaba el deterioro físico, consecuencia de esas dolencias y recaídas que consumían lentamente tu vitalidad. Fuiste heroico, de eso estoy seguro. Tengo entendido que fueron numerosas las ocasiones que pasaste por el quirófano, como si el quirófano fuera tu mejor aliado y en realidad si lo fue y a eso se le llama batir todos los récord de valor y de ganas de vivir. Tu entereza y tu envidiable resignación fueron motivo más que suficiente para decirte con toda rotundidad -como buen católico que eras- que te has ganado el tiempo a pulso. Vaya si fuiste heroico. Pero la última batalla... la perdiste. Porque la muerte es como el reto final, es el desenlace que se produce al perder la extenuante batalla, la última. Lamento que por inesperadas circunstancias no haya podido acompañarte hasta la última morada para darte el adiós final que ahora lo hago desde estas líneas a al vez que me uno al dolor que hoy aflige a tu familia y muy especialmente a tu esposa Carmen que tan cerca de ti vivió el revés de tu larga pesadilla. Emilio, aunque eras un buen leonés, te has quedado eternamente en esa localidad palentina de Guardo en la que durante tantos años desempeñaste tu querida profesión de médico-estomatólogo. Descansa en paz. Un fuerte abrazo.