MANSILLA DE LAS MULAS
Un cielo encapotado con telas de colores
El de Mansilla iba el primero. No es que fuera el más madrugador, pero quizá sí fuera protagonista. Detrás iban los 17 restantes. Imprescindibles también. Los bastones apuntaban al cielo y las telas bailaban al compas de lo
En realidad la caminata comenzó mucho antes de que se encontraran pendones y peatones. En concreto la aventura, ya tradicional para los vecinos de Mansilla, comenzó cuando los relojes daban las siete de la mañana. Hora de coger los autobuses que les llevarían a la plaza del Pozo (León). En total madrugaron cuatrocientas cincuenta personas. Todas vestían con chandal, zapatillas de deporte y un pañuelo rosa para el cuello. Era el distintivo. La prueba de que iban a realizar la duodécima peregrinación a la Virgen de Gracia. En el grupo se encontraba el alcalde de Mansilla, Ramón Tuero, que siendo un deportista nato, no quería perderse la matutina caminata. Entre las gentes también se encontraban ocho presos y dos funcionarios del centro penitenciario de Mansilla de las Mulas, quienes disfrutaron del encuentro como cualquier otro vecino de la localidad. Con un pie detrás del otro y en el coche San Fernando los peatones recorrieron a partir de las ocho de la mañana los, aproximadamente, trece kilómetros que separan Villamoros de León. Allí debían hacer una parada obligatoria. Las agujas marcaban las once y media. Los pendones de Mansilla de las Mulas, San Cibrián de Ardón, Villabalter, Villamoros, Villaverde Sandoval y Villafañe, entre otros, esperaban impacientes. Los hombros de quienes pujaban estaban impacientes por llevarlos, cerca de ciento cincuenta personas se unieron a la marcha que venía de León. Un señor hacía memoria y trataba de recordar para qué se utilizaban los estandartes hace quinientos años. «Se usaban en las batallas medievales y por cada una que se ganaba se añadía un trozo de tela», explicaba mientras miraba al cielo encapotado de verde, amarillo y rojo. Las banderas que distinguían el antiguo Reino de León de otras tierras resucitaban ayer en Mansilla de las Mulas la emotividad y la tradición. Por fin, los pies llegaron cansados a la ermita a las doce, que se llenó de fervientes seguidores de esta fiesta ya afianzada. Después la organización tenía cocinada otra sorpresa. Una paellada, por cinco euros, para todos en el polideportivo. Éxito y lleno total que abrió los apetitos de cara a las fiestas que comienzan ya a sentirse.