RETABLO LEONÉS
De viaje por las ermitas leonesas
Este verano, con el propósito de disfrutar unas vacaciones no convencionales, hemos cumplido un viejo deseo que desde hace tiempo rondaba por ese particular aparcamiento donde guardamos lo mejor de nuestras intenciones. Visitar, c
Estos templos proclaman la intensidad de una fe sin fronteras, y no en pocas ocasiones la desmedida credibilidad impuesta por intereses poco espirituales hacia las gentes sencillas. El inventario y descripción sucinta de las muchas que aún subsisten, es ya tarea urgente que deberían emprender las Instituciones provinciales y regionales. El origen de las innumerables ermitas que cuajan el territorio leonés, se remonta casi siempre a unos antecedentes medievales que germinaron en la construcción de una humilde capilla dedicada a la advocación que había sugerido su establecimiento. El hecho de que la mayoría de apariciones y sucesos sobrenaturales tuvieron como protagonistas visionarios a rústicos labriegos, y sobre todo a pastores en ejercicio de su profesión, fue determinante para que la ubicación de estas ermitas esté ligada a parajes solitarios fuera de los núcleos de población. Algunas de ellas, sin embargo, fueron el embrión de villas y lugares populosos que nacieron al amparo de romerías y peregrinaciones periódicas al lugar sagrado. Tal es el caso de nuestro vecina, La Virgen del Camino, surgida al alrededor del antiguo humilladero en que el pastor de Velilla de la Reina hincó sus rodillas ante La Señora, y que posteriormente fructificó en un santuario de relieve. O también puede servir de ejemplo la villa de Sahagún, creada en torno a la capilla levantada para honrar a los santos Facundo y Primitivo, martirizados a orillas del río Cea. En cuanto a la titularidad de estas ermitas, presentan un variopinto mosaico de advocaciones, que van desde el Santo Cristo hasta los más humildes santos locales. Destacan sobre todas ellas las consagradas a devociones marianas, que congregan grandes multitudes de romeros y ofrecidos en las fechas señaladas para honrar las diversas facetas que adornan a la Virgen María. El quince de agosto, fiesta de La Asunción, es sin duda el día más propicio para la convocatoria de fieles devotos de María, que acuden masivamente a romerías tan señaladas como las de Carrasconte en Babia, Pandorado en Omaña, Riosol en las montañas del Esla, Pruneda en Luna o Trascastro en el valle de Fornela. El ocho y quince de septiembre, conmemoraciones que la Iglesia mantiene para celebrar la Natividad de Nuestra Señora y su octava correspondiente de Los Dolores, vuelve a congregar numerosos peregrinos en las campas aledañas a ermitas y santuarios tan renombrados como la Virgen del Roblo, entre Las Salas y Lois, o en Camposagrado, que por su proximidad a la capital, llena sus praderas de un gentío entre devoto y bullanguero. La Virgen de los Remedios, en Barrillos de Las Arrimadas, y Luyego de Somoza, son también punto de referencia a muchedumbres piadosas que solicitan los favores marianos. Las ermitas o capillas dedicadas al Santo Cristo, tienen asimismo una gran concurrencia que divide sus fervores entre las fechas de la Cruz de Mayo, que se celebra el día tres de ese mes, y sobre todo el día catorce de septiembre, en que la tradición sitúa la exaltación de la Cruz. Y después una verdadera legión de santos, encabezados por el milagrero San Roque, abogado de la peste, y seguido de cerca por San Pelayo, San Lorenzo o Santo Tirso, que dicen que cura los huesos y sus dolencias más rebeldes. Curiosamente, con machacona insistencia, se repite el episodio de las apariciones ligado a una imagen de La Virgen, escondida en su día por los devotos de un cristianismo visigodo, para resguardo de la profanación sarracena, encontrada oportunamente, al cabo de los siglos, con prodigiosas señales visionarias en el tronco de un árbol. Este hecho ha dado lugar a la reiterada advocación de Vírgenes con vínculos arbolarios, cuya representación más genuina la tenemos en la Virgen de La Encina, de Ponferrada. Robles, castaños, pinos, carrascos, prunales, brezos, espinos... forman el largo rosario nominal de ilimitadas series de virgencitas localizadas en cada uno de nuestros pueblos por pequeños que sean. La devoción popular ha sabido mantener la llama viva de este culto enraizado en la entraña del pueblo. La vid y el culebrón Entre las múltiples leyendas que adornan cada ermita o capilla de las que venimos hablando, hemos elegido una que por su fantástico contenido ha sido siempre motivo de asombro entre las gentes del alto Bernesga. Sitúan el suceso en la ermita de San Vicente de la Gotera, ubicada en las inmediaciones del pueblo de La Vid y Villasimpliz, y la referencia se remonta al siglo XII, época en la que vivían en aquellos lugares tres hermanos ermitaños: Vicente, Pelayo y Lorenzo, que por los hechos que vamos a narrar, merecieron los honores de la santificación. Parece ser que las gentes del contorno se hallaban aterradas por la presencia de una gran serpiente o culebrón que asolaba la comarca devorando animales domésticos e incluso personas indefensas que apacentaban sus ganados en las praderas próximas a la cueva que servía de guarida a la fiera. El común de vecinos, avisado de las virtudes y poderes que adornaban a los tres anacoretas que vivían en el monte denominado de la Gotera, pidieron su ayuda para terminar con el descomunal animal y su feroz rapiña, consiguiendo que el mayor de ellos, Vicente, diese fin al culebrón reventándolo mediante una sutil treta, que acabó sin embargo con la vida de sus dos hermanos, enterrándolos en una ermita que construyó con los huesos del enorme reptil, hecho que fue confirmado en el año 1578 por el Abad de San Isidoro, don Pedro Zúñiga y Avellaneda, que abrió los féretros que contenían los restos de dos personas, en presencia del notario público, Cristóbal González de Getino.