Diario de León

LOS ÚLTIMOS NOBLES DE LA PROVINCIA

El conde emprendedor

Pocos leoneses sabían que en un pueblo mágico, San Adrián, se refugiaba uno de los personajes más apasionantes del siglo XX: José Ángel González, conde de Pineda y «rey del carbón de Malta». Su don de gentes y

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Pilar Infiesta - SAN ADRIÁN.
León

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Cruzar los muros del balneario de San Adrián, situado a escasos kilómetros de Boñar, es adentrarse en la historia de uno de los leoneses más emprendedores y soñadores del siglo XX, José Ángel González Rodríguez, conde de Pineda, que nació el 19 de junio de 1942 en Villares de Órbigo, en el seno de una familia de maestros ligados a la Azucarera, y falleció en Roma el pasado día 19. Su viuda se ha refugiado en ese remanso de paz otoñal, cargado de recuerdos y placas en agradecimiento al sinfín de amigos de todos los rangos que cocinaron, pintaron y ayudaron a dar aliento a la casona. Junto a la chimenea, Raquel Entero Royo desgrana las memorias de un hombre comprometido con su tiempo, que ganó dinero con la misma facilidad que lo gastó y que sentó a su mesa, sin distinciones, tanto a altos jefes de Estado, como a militares, pintores, poetas o agricultores. La condesa habla de su compañero con una pasión que desborda fronteras. Le dibuja como una persona generosa, arrolladora y de enorme habilidad para las relaciones públicas y los negocios. Una fuerza que le permitió sobrevivir en la Roma de los sesenta, cuando los avatares políticos de la España de Franco le sugirieron un cambio de aires a punto de terminar la carrera de Arquitectura en Madrid. Pronto ideó una editorial que publicó numerosos volúmenes para el Vaticano. Su orgullo, un libro con las cartas de las siervas al canonizado Jesús de Benito Meni. La quiebra de la distribuidora no frustró su carrera de éxitos. En la isla de Malta, se convirtió en la mano derecha del presidente gracias a su simpatía y olfato. «Se llegaron a fiar tanto de él -comenta su viuda- que durante quince años fue ganando todas las subastas de carbón del país». Realizaba las labores de mediación entre el mineral que entraba a Malta desde Sudáfrica y se vendía a la empresa española Santa Bárbara. Por esa actividad le bautizaron como El rey del carbón. Su clarividencia le permitió, además, reabrir al comercio exterior el viejo cónclave fenicio que fue Malta, un potencial que permanecía dormido y que González supo despertar inventando un premio, el Trofeo Phoenicia, que se concedía a las principales empresas importadoras extranjeras. José Ángel González invitaba a la isla a los empresarios más destacados del mundo, les agasajaba y, entre cena y comida, cuajaban relaciones de negocio. La entrega del trofeo conseguía, además, un doble efecto, generar divisas y publicidad mundial para una isla de menos de un millón de habitantes. González aprovechó intensamente su vida, recorrió el mundo, apuró muchos amaneceres y se codeó con los prohombres de la segunda mitad del siglo XX. Entre sus hitos destaca la puesta en marcha de la Fundación del Mar, dedicada a rescatar galeras y tesoros que le servía para practicar su afición al submarinismo, y también una complicada negociación en los ochenta para que Italia adquiriese tecnología a la empresa Santa Bárbara. Los contactos, entre bambalinas, se dilataron cuatro años, le encanecieron el pelo y estuvieron cuajados de tensión, ya que la CIA vigilaba sus movimientos porque EE. UU. no quería que España le pisara el terreno. El éxito de la misión le reportó dinero a borbotones. El destino quiso que esos millones regresaran a León. Al despertar de un sueño, González comprendió que debía comprar el viejo balneario de San Adrián, embotellar su agua y ayudar a recobrar la salud a miles de enfermos. Llamó a su madre y cerró el trato. Ese cambio en su estilo de vida le preparó para el siguiente giro. En 1993 reencontró a la mujer de su vida en Madrid, la que sería condesa de Pineda. Dos espíritus rebeldes que no volvieron a separarse hasta el pasado día 19, cuando el corazón del conde dejó de luchar a sus 60 años en el refugio que ocupó 30 años en la vía Vassenelli de Roma. Su cadáver fue repatriado a España y enterrado en la tierra que le vio nacer. Su sueño, su balneario sigue en suspenso.

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