Diario de León

LEÓN DESDE LA CORTE/David Fernández

El monopolio electoral

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La agenda política del 2003 tiene una fecha marcada en rojo y con grandes caracteres: el 25 de mayo. Habrá elecciones municipales y autonómicas y comenzará así un largo ciclo electoral que sólo terminará en la primavera del 2004, cuando los españoles decidirán quién será el nuevo inquilino de La Moncloa tras la salida de Aznar. El 25 de mayo será la fecha clave de un año que, en el caso de León, no ofrece otros grandes hitos en el horizonte. Las del 2003 son las elecciones municipales y autonómicas más esperadas de los últimos años, quizá porque se barrunta la posibilidad de que el cambio iniciado en el poder local en 1999 acabe de consolidarse ahora, con un PSOE al alza de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero, y un PP a la baja a un ritmo que nadie auguraba de la mano de José María Aznar y sus sucesores. Con la inestimable colaboración de su nefasta gestión en la crisis del «Prestige»: el chapapote ha arrancado el barniz de la buena gestión y el todo va bien para dejar al descubierto un poder ineficaz y carcomido por las luchas sucesorias. El PP es consciente del desgaste electoral que le ha provocado la mayor crisis nacional a la que ha tenido que hacer frente desde su llegada al poder, aunque cree que hasta después de Navidad no se podrá analizar con precisión la dimensión de ese desgaste. León afronta el 2003 entre la apatía y la desesperanza: la realidad no deja demasiados resquicios para el optimismo en una provincia donde ningún indicador socioeconómico es ahora mejor que hace doce meses. La convocatoria electoral no ha despertado de momento ninguna ilusión en la provincia, aunque las encuestas pronostican un retroceso del PP y un avance del PSOE. La última conocida revela un empate entre socialistas y populares en el Ayuntamiento de León, a pesar de que el candidato de los primeros, Francisco Fernández, apenas es conocido entre los ciudadanos. En el PP se han encendido todas las alarmas: León es una provincia clave en la estrategia nacional de los populares, en la que el poder local no es más que un instrumento al servicio del poder estatal; por eso, una derrota de los socialistas en casa de su líder se interpretaría en Madrid como el fin del «efecto Zapatero». Génova (léase Javier Arenas) nunca perdonaría una derrota en León y, menos aún, en Castilla y León. Los dirigentes del PP leonés lo saben y a las advertencias de la dirección nacional de su partido responden mirando hacia otro lado y dibujando una especie de conspiración mediática contra ellos y a favor de Zapatero. Algo así como lo que pasa con las radios y televisiones nacionales, conjuradas contra Aznar para ver mareas negras donde apenas hay unos «hilillos de fuel» que flotan en el mar. Para evitar una catástrofe mayor en lo que de verdad importa, los ministros se pasean por León más que por Galicia. Además, las elecciones serán decisivas en las luchas de poder dentro del PP para encabezar las listas del 2004: al contrario que en el PSOE, donde la labor que Amparo Valcarce ha realizado esta legislatura es un aval más que suficiente para suceder a Zapatero, los populares perdieron con Manuel Núñez Pérez a su líder para las generales y desde entonces sus parlamentarios vagan por el Congreso (Escuredo apenas influye, Trinidad García ha reconocido que no le ilusiona en absoluto su cargo y Morano es Morano). Si el resultado electoral es lo que parece (otra caída de Amilivia y los suyos), Alfredo Prada parece la única opción de los populares como cabeza de lista al Congreso. El 26 de mayo empezarán las escaramuzas. También en la estrategia socialista, León es clave. Zapatero sigue de cerca los movimientos electorales en la provincia, y Ferraz ve con optimismo las encuestas que hasta ahora se han publicado, pero son conscientes de que, a día de hoy, no se produce el vuelco electoral ni en las instituciones leonesas ni en la Junta. El esfuerzo socialista en Castilla y León durante la campaña será importante: el secretario general visitará poco antes del 25 de mayo varias capitales de la comunidad, entre ellas León, donde pretende desarrollar uno de los actos centrales. Quien gane las elecciones tendrá que hacer frente a una situación complicada, con la provincia sumida en una profunda crisis de identidad y sin ninguna motivación aparente. Los grandes objetivos de los gobernantes después de los comicios pasan de manera ineludible por generar esa ilusión imprescindible que saque a la provincia del victimismo. Y en ese proyecto unas instituciones abiertas, participativas y dinámicas juegan un papel definitivo, por mucho que el presidente autonómico diga que acabaron su papel. Crear empleo, mejorar la calidad de la educación pública y el dinamismo de la Universidad, fortalecer el desarrollo rural para favorecer su convergencia con las zonas urbanas, mejorar la red de servicios públicos para conseguir una provincia cohesionada y vertebrada en torno al valor añadido que generan sus ciudadanos, desarrollar políticas de protección social en materias como la vivienda; y mejorar la seguridad de los ciudadanos son los retos esenciales que deberían afrontar los nuevos gobernantes salidos de las urnas para conseguir que León sea una provincia moderna e innovadora.

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