La avenida de las Murallas fue testigo de constantes vaivenes históricos
Asedios y reconstrucciones
En la pasada entrega sobre la avenida de las Murallas, denominación que alude a este elemento arquitectónico asentado desde tiempo inmemorial en la geografía del alma astorgana, recorrimos el tejido urbano de esta vía que se prolonga entre la calle del Pozo y la avenida de Ponferrada. Y destacábamos en su comienzo, justo en la confluencia con la calle de Enfermeras Mártires, el edificio modernista de la Casa Granell, erigida entre 1910 y 1915 por el prestigioso arquitecto Antonio Palacios. Poco más allá aparece el oxigenante pulmón que toma forma en el parque del Melgar, dispuesto a acoger en el futuro una superficie de 20.000 metros cuadrados en la que se incluirá un aparcamiento en superficie para la multitud de vehículos que circulan por esta bulliciosa zona. Enfrente encontramos la estación de autobuses, contrapunto de modernidad para las antiguas fábricas de chocolate y mantecadas que ponen el punto final a la arteria protagonista. Su rótulo homenajea a las murallas con que, ya en el siglo I de nuestra era, los soldados romanos establecieron un cerco de protección para el primitivo asentamiento militar. Un núcleo social que iría creciendo en peso específico, reemplazándose las murallas originales por construcciones más sólidas e imponentes, cuyo mejor ejemplo es la magnífica Puerta Romana que podemos admirar en el mismo parque del Melgar. Fueron estos detalles los que valieron a Asturica Augusta el calificativo de «magnífica» con que fue obsequiada por el historiador Plinio, deseoso de destacar la importancia estratégica de una ciudad donde convergieron las más importantes rutas romanas de la antigüedad, incluyendo la Vía Trajana y la Vía de la Plata, objeto en la actualidad de una agria polémica. Una vez llegada la decadencia imperial, las murallas astorganas tuvieron que hacer frente a los asedios de caudillos como el rey godo Teodorico, Leovigildo o el brutal Witiza, quien a pesar de su fama y según cuenta la tradición, ordenaría respetar en el posible el vetusto cinturón de piedra. Peor fortuna sufrieron nuestras murallas cuando, en el año 995, los guerreros del paladín árabe Almanzor plantaron sus reales en Astorga. Al parecer, según cuentan los cronistas de la época, parte de las torres fueron demolidas por los ejércitos de la media luna.