Así se hizo hace 101 años el canal destruido
Cuando el Cares fue doblegado
La destrucción del canal del Cares permite revivir ahora cómo fue su hercúlea construcción a principios del pasado siglo y el modo en el que el hombre tuvo que abrirse paso dentro de la roca cantábrica.
Por épica, la construcción del canal que atraviesa la garganta del río Cares se impregna de este modo de una enorme dosis de leyenda.
Entre los años 1917 y 1921, alrededor de 2.000 hombres ejecutaron un desafío titánico contra la naturaleza más agresiva: mordieron nueve kilómetros y medio a la abrupta montaña que separa el Cornión del macizo de los Urrieles, una obra descomunal a 240 metros sobre el nivel del río destinada a abastecer a la central hidroeléctrica de Poncebos (Asturias) con las aguas esmeraldas del Cares.
Y como toda gran hazaña, la gigantesca obra del canal también tuvo su crónica negra y un amplio anecdotario que ya muy pocos pueden relatar: al menos once personas pierden la vida en accidentes y asesinatos a pie de obra y se suceden docenas de historias barnizadas por las difíciles circunstancias laborales que envolvieron este proyecto.
Corre el año 1917. La actividad en el valle es febril: barrenas, dinamita, detonadores, mecha, cemento –llegaba en tren hasta León y, desde allí, los bueyes lo acarreaban 120 kilómetros hasta llegar a Posada–, madera, víveres, 5.500 sacos de grava y un sinfín de materiales y maquinaria que después tenían que ser trasladados en caballerías hasta Caín por caminos de mala muerte.
En 1917, la actividad en el valle es frebril; los bueyes acarreaban 120 kilómetros dinamita, mecha, cemento y detonadores hasta llegar a Posada, que después era trasladado en caballerías hasta Caín
Ya en ese momento, cientos de trabajadores, sobre todo barrenistas y canteros de mediana edad y mayores, trabajaban en la apertura de los primeros túneles.
Calculaban el tiempo que iban a tardar en abrirse paso entre la montaña para no desplazarse a alguno de los barracones que habían sido construidos para su descanso.
Dormían en el último túnel ya terminado –tenía ventanillas de ventilación– y, casi siempre, en espacios muy reducidos delimitados por sacos que impedían la entrada del río.
Lo detalla con enorme mimo al detalle Mariano Zubizarreta Gavito a través de la memoria de su padre [ Construcción del canal Caín-Camarmeña y de la senda del Cares ], y gracias a ello se puede conocer cómo fue aquella épica historia que ya documentó para El Siglo de León. Todos los Pueblos y sus Gentes , de Diario de León.
Relata por ejemplo que los obreros, contratados en su mayoría en Galicia y Portugal, aprovechaban los domingos para hacer la colada de su muda, mejorar su espacio vital y charlar al aire libre, si la lluvia o la nieve no se lo impedía.
Una empresa se encargaba de su comida, para lo que la montaña fue salpicada de cantinas abastecidas por jóvenes que traían los víveres del economato y que también se encargaban de tener siempre a punto los fogones y la comida ya cocinada.
A cambio de vales, proporcionaban pan, tocino y el resto de alimentos que completaban su dieta. Y su sueldo, en muchos casos, era entregado a las familias de origen, de modo que los empleados se sacrificaban unos años de su vida sabiendo que al concluir la obra podrían disfrutar de cierto bienestar.
Cuando terminaban un tajo, el traslado se convertía en un nuevo calvario en el que la solidaridad del compañero era esencial para sobrevivir: muchos de los pasos peligrosos po los desfiladeros les obligaban a caminar amarrados.
Las obras del canal fueron divididas en cuatro frentes. El primero de ellos avanzaba desde Caín y se suministraba por Valdeón. El segundo empezó por el Este de los Collados y tenía como punto de suministro a Cabrales, como el resto. El tercero consistió en la perforación desde las dos bocas del túnel de El Collado y, finalmente, la cuarta fase tuvo como protagonista la construcción de la presa de regulación de las aguas.
Uno de los momentos más duros que se recuerda de esta gigantesca obra civil es la gran nevada del otoño de 1918. Fue cuando 400 hombres que trabajaban entre Culiembro y Caín, amenazados por la falta de provisiones, tomaron la decisión de salir hacia los barracones y almacenes construidos en Los Collados.
Les esperaba un peligroso camino, más duro si cabe a consecuencia de la incesante nevada que había hecho imposible su regreso a Valdeón. Salieron a las cinco de la mañana iluminados por candiles.
En Arenas de Cabrales dos trabajadores murieron asesinados. La masiva llegada de trabajadores había alterado la vida de aquellos pueblos tranquilos
Algunos, agotados, pensaron en abandonar la ruta apartándose a la orilla y ya dispuestos a morir. Pero los oriundos tomaron el mando de la columna: una parte se puso al inicio de la marcha y la otra se colocó al final para animar a quienes habían encontrado la desesperanza.
Un enorme estruendo y los coletazos de una intensa honda expansiva les advirtió del mayor alud que se ha conocido en los Picos de Europa hasta la fecha. Nieve, rocas y árboles destrozados no fueron suficientes para cerrar el paso a estos hombres con voluntad de acero. Superaron aquella barrera.
Hubo, contó en su día Mariano, once muertos en aquellas obras. Tres de ellos murieron en invierno. Dormían en una cueva y habían encendido una hoguera. Colocaron dinamita congelada cerca del fuego, se durmieron y una chispa provocó la deflagración. “Eran unos excéntricos”, relató en su diario Josua Slocum, el primer circunnavegante en solitario.
En Arenas de Cabrales dos trabajadores murieron asesinados. La masiva llegada de trabajadores había alterado la vida de aquellos pueblos tranquilos.
Llegó el año 1921, fecha en la que el agua acristalada comenzó a llegar hasta la central de Asturias. Y la luz se hizo.