Diario de León

Rosino, herido en un escape anterior: «No era normal que el taller pegara tantos petardazos, aunque fuera de 3ª categoría»

Un minero herido en 2012 en el mismo macizo señala que el accidente de 2013 «sí era más previsible»

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León

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La jornada de ayer de testimonios de testigos de las acusaciones en la vista oral que se sigue en el Juzgado de lo Penal 2 de León por el accidente que el 28 de octubre de 2013 costó la vida a seis mineros en el Pozo Emilio del Valle de la Hullera Vasco Leonesa volvió a dejar de manifiesto que entre los trabajadores del macizo 7º había temor por los elevados niveles de metano que emitía; y también que sólo comunicaban verbalmente a los responsables más cercanos el temor por cómo se desarrollaban las labores en el taller accidentado.

Uno de los cinco testigos que prestó ayer declaración fue José Manuel Rosino, que el 15 de mayo de 2012 resultó herido en la planta 6ª de ese macizo cuando salía de trabajar con otros dos compañeros. «Llegó una inundación de polvo, luego un aire muy fuerte y una explosión que nos arrastró». Él se golpeó en la cabeza (rompió el casco y le tuvieron que dar 20 puntos de sutura), se quedó sin luz y con la voz de sus compañeros salieron.

Señaló que hay «bastantes similitudes entre su accidente y el de 2013», aunque en este último no se registró explosión; y que el que causó las víctimas era «mucho más previsible, el de 2012 no. Además se trató como algo normal». Ninguno de los tres mineros emprendieron acciones legales. Él sí pidió no volver más a ese macizo, y le destinaron a otro «con el mismo sueldo y funciones».

Restallidos

También prestó declaración ayer Manuel Ángel de Castro, barrenista de rampla en la planta 6ª del macizo 9º. Que relató cómo sus compañeros de turno en la 7ª «salieron esa noche varias veces, porque se oía que se resquebrajaba algo, como unos restallido». Que suponían que era la bóveda que se rompía. De Castro, que era primo de Manuel Moure, reconoció que la normativa frente a los niveles de grisú se cumplía en el macizo, pero apuntó que «aunque era una mina de 3ª categoría no era normal que pegara esos petardazos».

Insistió en que en el taller accidentado tardaba mucho en hundir la bóveda y eso preocupaba a los mineros. Aunque no recordó que se corrieron nueve calles en este taller hasta que hundió, frente a los 12 ó 14 de las plantas 4ª, 5ª y 6ª en las que el barrenista también trabajó. Aludió a la dureza del carbón en esa explotación, aunque «se supone que es el mismo en todo el macizo».

Otro de los testigos que declaró ayer fue Alfredo Fernández García, ayudante de picador del macizo 9º. Que trabajó también en el taller accidentado y ratificó que salía mucho gas. Relató también una conversación entre Javier Cabello y «el capataz» Martínez Rico en el que el primero advirtió de que había bóveda y no se podía seguir sutirando, y el segundo le ordenó seguir con las labores. «No obedeció y cerró». Insistió en que en la empresa siempre «primó más la producción que la seguridad».

También relató su participación en el rescate de las víctimas, aunque no se explica por qué su nombre no aparece en ninguno de los testimonios de cuantos estuvieron sacando a los heridos y fallecidos ni tampoco le llamó la autoridad minera a declarar. Señaló que sacó a Juan Carlos Pérez, el vigilante fallecido, junto a otros tres compañeros. Y que entró voluntariamente aunque le indicaron que entrara a sacar a las víctimas. «El rescate fue un caos total».

Negó que recibieran formación específica para una mina que dijo que no sabía que era especialmente grisuosa («me enteré después, con el juicio»); y calificó de «paripé de los jueves» las visitas semanales del comité de seguridad. Insistió en que se tomaban represalias y había castigos («yo mismo estuve un año recogiendo parva») y reconoció que no tiene buena opinión de los sindicatos, aunque negó tener «enemistad» hacia la empresa.

Se fue por miedo

Por último prestó declaración el barrenista de la llave de la planta 7ª del macizo 7º, que trabajó durante la noche anterior al accidente, aunque se marchó al poco tiempo de empezar el turno. Alfredo Álvarez Martínez señaló que se fue porque el viernes había sufrido un tirón, y de hecho al día siguiente el médico le dio la baja; pero que pensaba quedarse toda la jornada y «al ver las condiciones en las que estaba el taller, tuve miedo y me marché antes».

El barrenista insistió en que «allí había problemas desde el principio», aunque había trabajado en todas las plantas del Pozo Emilio y «en todas había gas». También reiteró que había bóveda, pero sobre todo «picos de gas muy frecuentes». No siempre salían, porque «con la ventilación que había bajaban enseguida».

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