Sara Mateo, de publicista en Madrid a quesera en León
Sara Mateo Tomás cambió su vida de publicista en Madrid por quesera en Los Espejos de la Reina. Con su historia, Diario de León inicia una serie para visibilizar las experiencias de personas que emprenden o retornan al medio rural o a las ciudades de la provincia desde la diáspora
Quería dar un giro a su vida y partió de Madrid a León, a la Montaña de Riaño. Sara Mateo Tomás dejó atrás quince años dedicada a la publicidad y las relaciones públicas, carrera que estudió en la Universidad Complutense de Madrid.
No es una urbanita que haya dado un salto al vacío a la vida en un pueblo como Los Espejos de la Reina. Esta mujer de 38 años nació en Barniedo, donde su madre fue maestra, y se crió en la comarca de Riaño en aquellos años en que el pantano transformó la vida y el paisaje del valle.
«Estaba muy harta; vivía de fin de semana en fin de semana, en un piso compartido y llega un día que te preguntas: ¿para qué?», explica. Su padre, fundador de quesos La Prada, estaba a punto de jubilarse y en octubre de 2018 decidió que era el momento de regresar a la montaña.
«Quería hacer un cambio de todo; quizá más de vida que laboral», comenta en una mañana fría de febrero y con el pueblo de Los Espejos de la Reina, donde tiene la quesería, con los tejados cubiertos por una gruesa capa de nieve. La ‘nata’ del invierno se acumula en los bordes de la calle, por el efecto del paso de la pala quitanieves del ayuntamiento de Boca de Huérgano. «Estamos con la nieve desde enero», comenta.
Me han concedido dos ayudas de la Diputación de León, una por emprendedora y otra por relevo generacional, aunque hay que adelantar el dinero porque se retrasan un poco. El GAL las supedita a crear otro empleo
Una enorme torre, construida con las aportaciones de los emigrantes a México, se yergue sobre el pueblo, sumido en un silencio invernal que rompe Elías, el perro de Sara, con sus ladridos de emoción. «Me he adaptado bien», asegura. «Lo más duro son los inviernos, pero me gustan los animales y me doy una vuelta con mi perro y me siento estupendamente», añade.
Otra ventaja que ha tenido es poder aprender el arte de los quesos de la mano de su padre y, sobre todo, disponer de una quesería en funcionamiento para trabajar.
Grande y tradicional
Frente a la presión del trabajo en la agencia de publicidad, ahora disfruta de la tranquilidad y de controlar todo el proceso de producción. «Es muy enriquecedor porque además compró la leche de cabra a un ganadero de Aleje y la de vaca, de parda alpina, a otro de Los Espejos de la Reina», explica.
Contar con leche de producción local es esencial para su idea de la quesería artesanal y para el proyecto de vida que construye en torno a ella. «Trabajo con la leche que hay. Mi padre empezó así y la lógica es esa», apunta. Dependiendo de la temporada del año, tanto la leche como los quesos son distintos, sobre todo el de cabra. «Todo habla de la tierra», matiza.
En Madrid estuve trabajando 15 años. Desde qque empecé hubo un cambio brutal. Los horarios me hacían sentir que vivía solo de fin de semana en fin de semana. Aquí he ganado en calidad de vida y bienestar laboral
Los únicos ingredientes que vienen de laboratorio son los cuajos y fermentos, que por ahora no se ha planteado obtener ella misma. A Sara Mateo le gusta «ver el producto terminado», aunque asume que «tener el poder de decisión es bueno y malo porque todo es tuyo». El día que se pone a hacer los quesos se concentra en la actividad de tal manera que prefiere no recibir visitas. Controlar los tiempos es muy importante en la elaboración quesera. De su padre mantiene los quesos de cabra de medio kilo y el quesón de siete kilos; pero ha querido introducir novedades como el queso de vaca pequeño y el de dos kilos. También hace una crema suave de queso de cabra y una de sus especialidades más singulares es el queso ‘quemón’. «Es una tradición del valle de la Reina. En todas las casas había un tarro con el queso quemón que nunca se acababa». El secreto de la receta es mezclar queso de cabra y vaca con orujo. Antiguamente se aprovechaban los restos que se ponían duros. «Es una receta de aprovechamiento porque se hacía el queso por temporadas», explica. «A mucha gente le recuerda a su niñez», dice la quesera.
Sara ha aplicado sus dotes de publicista para renovar la imagen de la marca Quesos La Prada, con nuevas y fortalecer la presencia en redes sociales, aunque admite que le lleva tanto tiempo que «últimamente las tengo un poco abandonadas».
Adaptación
La vida en el pueblo es tranquila, pero está llena de ocupaciones. Hay que moverse para muchas gestiones y compras y la burocracia es uno de los grandes quebraderos de cabeza que acompañan a todas las personas que trabajan en el campo y la ganadería.
«Me falta tiempo», asegura. Poco más de un año después de hacer el cambio en su vida personal y laboral, llegó la pandemia «El cambio ha sido muy positivo y si ponemos una pandemia de por medio, requetepositivo», asegura. «Quedarte encerrada en Madrid en una habitación y eso que yo tenía la ventaja de que la mía tenía baño, debe ser horrible. En calidad de vida he ganado mucho aunque no digo que no eche de menos ir a cenas o conciertos». Pero siempre queda el recurso de ir un fin de semana que, por ahora, aún no se le ha arreglado.
Lo más duro es el invierno. Pero yo me adapto bien. Me gustan los animales y un paseo por el campo lo arregla todo. Los veranos, desde la pandemia, son de locura. Hay muchas casa de turismo rural y pocas de alquiler
Con la pandemia, fue una ventaja estar en el pueblo y una «locura» el verano de 2020. «Salía la gente a borbotones, deseando escapar a sitios recónditos y el mundo rural se descubrió».
Desde entonces, el ritmo de los veranos se ha mantenido fuerte. «Son de locura máxima», apostilla. Es la temporada de más ajetreo, con la tienda abierta al público todos los fines de semana. Las cuatro casas rurales que hay en el pueblo aportan más personas que vecinos quedan en el pueblo de forma permanente —poco más de una docena en invierno. «Muchas veces me preguntan que en qué casa estoy yo. Y respondo: «¡No, no; yo soy rural, no vivo en una casa rural!».
Hay euforia por el turismo, pero faltan casas para alquilar para gente que quiera instalarse en estos pueblos. Ella vive en Barniedo porque la casa que tienen en Los Espejos aún no está habitable. «Emprender en el mundo rural es complejo», señala al hablar del problema de la despoblación. «Yo lo he tenido un poco más fácil porque tenía montado el negocio y las instalaciones; tenía el negocio andando aunque la realidad es que ha aumentado por la pandemia», precisa. Hay una cosa que tiene clara: «A la gente que no le guste mancharse los pies de barrio, no puede venir a vivir y a emprender a un pueblo».
En cuanto al apoyo institucional, tiene concedida dos ayudas de la Diputación provincial, una como emprendedora y otra por relevo generacional. «Tienes que adelantar el dinero, porque no son puntuales», señala, aunque está agradecida porque de la ayuda de relevo no tenía conocimiento y «fue en la Feria de los Productos de León cuando me la propusieron».
El Grupo de Acción Local (GAL) supedita las ayudas a la creación de empleo. «No es suficiente con que yo cree mi empleo», señala. Otra traba que encuentra como emprendedora es la «terrible burocracia» que se ha encontrado para cosas tan sencillas como poder vender la miel de un productor local para fortalecer la red. «Hay que darse de alta en un epígrafe específico. Falta un poco de apoyo para este tipo de cosas burocráticas».
Y luego está la situación de declive y retroceso de los servicios básicos en el medio rural. La lista es casi interminable. «En el centro de salud tenemos una ambulancia que da servicio desde Horcadas hasta el límite con Santander, cada vez tenemos menos servicios bancarios y nos querían quitar Correos». También carece cosas elementales como un aparato de Rayos X y el ecógrafo, asegura, «no lo usan».
Bien es verdad que en casos graves, el helicóptero de Sacyl se presenta en menos de una hora siempre que las condiciones climatológicas lo permitan. Ese mismo día han acudido a trasladar a un vecino de la comarca que sufrió un ictus. Y Correos solo abre una hora. «Es una heroicidad vivir aquí; en mi caso me puedo mover y voy a Guardo, a Riaño o a León, pero hay gente mayor que querría quedarse pero tienen miedo por la falta de servicios».
«Antes venían los del banco y pagaban las pensiones», añade. Ahora la ayuda mutua es una solución frágil para las personas mayores. El cartero o la panadera a veces se ocupan de hacer ‘recados’ para evitar desplazamientos innecesarios. Más de un queso le han llevado a pueblos cercanos en sus recorridos habituales.
La experiencia de Sara Mateo Tomás es una pequeña luz en el invierno de la despoblación leonesa.