El maestro al que nunca se le apagó la sonrisa
Sahagún y el mundo taurino leonés despiden hoy
a Paulino Estébanez, el Chivero, un incombustible aficionado que parte con el esportón lleno de cariño
Parecía que Paulino siempre iba a estar ahí. Que nunca le fallarían ni su eterna sonrisa ni sus ganas de fiesta. Ni una fortaleza que sólo quebró una caída hace apenas tres meses. El Chivero se fue el domingo, y nunca un esportón ha partido tan lleno de cariño. El que atesoró y supo conservar con su arrebatadora energía. Del contundente tono de voz a esos besos con apretón incorporado, de las bromas a una alegría siempre contagiosa. Del innegable don de gentes a una afición por el toreo que comenzó a practicar precozmente en el rebaño de cabras de su padre, y que le valió el apodo que le acompañó toda su vida. Hasta hace no tanto se escapaba capotillo en mano a tentar las vaquillas y rondar los encierros en las muy taurinas fiestas de su Sahagún, de las que durante décadas ha sido alma y sostén.
Paulino Estébanez nació el 30 de abril de 1933, y lució como pocos desde que volvió de la mili el sombrero cordobés. Uno de los que paseó ladeado como él sabía presidió ayer su ataúd, el guiño con el que sonrió por última vez a los muchos amigos que acudieron a despedirle. Y que lo harán hoy también en la iglesia de San Lorenzo, a las 13.00 horas.
El Chivero comenzó su vida como pastor, con el rebaño de su padre. Durante casi 40 años fue alguacil del Ayuntamiento de Sahagún. Allí echaba, en tiempos menos tecnológicos, capotes impagables a periodistas novatos que acudíamos a los plenos nocturnos de la localidad (en el taxi de José Luis). «Tú escribe, que yo te hago las fotos». Y lo que hiciera falta.
Su pasión fueron los toros. Y de todo cuando de taurino ha tenido Sahagún durante décadas se encargaba Paulino. El chupinazo, los encierros, la compra del ganado, las obras en la plaza, la puerta de toriles (que desde 2008 gestiona su hijo),... De hecho en junio de 1991 salió a hombros de su plaza facundina vestido de verde y plata con las dos orejas y el rabo del becerro con el que le homenajeó su pueblo en un festejo entrañable.
Si ser torero es cuestión más de pinturería que de carrocería, y sobre todo de una forma de ser y andar por la vida, Paulino el Chivero fue un diestro de puerta grande. Buen viaje, maestro.