La historiadora del arte alérgica a las abejas que dedica su vida a las colmenas
Leticia Fernández Rascón es licenciada en Historia del Arte, tiene 41 años y nació en Carrocera
Leticia Fernández Rascón es licenciada en Historia del Arte, tiene 41 años, nació en Carrocera y desde 2018 está dada de alta como autónoma para fabricar miel. Se ha establecido en La Robla. Lo sabe casi todo de las abejas y es alérgica sus las picaduras. «No soy la única, muchos apicultores son alérgicos a la picadura de las abejas. Cuando voy a las colmenas llevo adrenalina y antihistamínicos. La primera vez tuve que ir al hospital. Pensé que tenía que dejar esta profesión y lloraba. Es muy frecuente que las abejas nos piquen en un descuido, aunque vayamos protegidos. Este verano, por el calor, se prohibió utilizar el ahumador y nos picaron muchísimo».
Leticia conoció el mundo de las abejas de la mano de su marido, Alberto González, que le transmitió la afición, aunque él trabajaba en una cantera, de la que está jubilado por un accidente laboral. «Somos apicultores de primera generación, nos hemos formado por nuestra cuenta, a base de ensayo y error. Nos está costando mucho trabajo producir la miel con una metodología artesanal».
Leticia fue la primera en emprender esta senda profesional. Su marido, Alberto, de 36 años, accedió al negocio en 2020 por la titularidad compartida. La titularidad compartida en las explotaciones agrarias se pensó para visibilizar el trabajo de las mujeres y a la que pueden acogerse las parejas que comparten el empleo. «En mi caso fue al revés. Yo me di de alta y fue mi marido el que se incorporó por titularidad compartida», destaca Leticia.
Alberto es natural de Vega de Gordón, pero ha vivido desde los 9 años en La Robla. Leticia conoció el mundo de la miel por su marido, al que su afición por la apicultura le llevó a comprar seis colmenas.
Antes de adentrarse en el conocimiento de la miel, Leticia acabó la carrera de Historia del Arte— el último año lo realizó en Lisboa—trabajó como teleoperadora, se quedó embarazada de su primera hija, la despidieron, cobró el paro, volvió a quedarse embarazada, realizó varias entrevistas de trabajo para distintos empleos «pero no encontraba mi sitio en el mercado laboral». Entonces empezó a fijarse en las colmenas de Alberto. «Me llamaba muchísimo la atención. Nunca pensé ese campo como un emprendimiento sino como una salida laboral. He descubierto un mundo apasionante y me parece que estoy donde tengo que estar».
Ahora disponen de 400 colmenas y la previsión es aumentar a 700. Están situadas en la montaña de León dentro de los territorios de las Reservas de la Biosfera de Alto Bernesga y Omaña y Luna, ecosistemas libres de cultivos intensivos y de plaguicidas.
Producción
El año pasado alcanzaron las seis toneladas de miel que se comercializa con la marca La Cazurra en tres modalidades: miel de bosque, de brezo y de montaña. La miel de brezo del año 2022 ya está agotada. La miel de brezo se alzó con el Premio Nacional a la Mejor Miel de Brezo y se dispararon las ventas. También tiene, junto a la de bosque, la Medalla de Oro del London Honey en 2021, y en el concurso de alimentación y vinos Grate Taste de Reino Unido de 2021 le concedieron dos estrellas a la miel de montaña y una a la del bosque.
La miel lleva tres años en el mercado y empiezan a tener lista de espera. De momento, los pedidos se realizan vía online . Disponen de página web y están en redes sociales, que lleva directamente Leticia. «Nuestra apuesta es vender la miel bote a bote y nos pasamos dos meses envasando y etiquetando. Vendemos por redes sociales y mandamos los envíos por una agencia».
El precio del kilo de miel es de 9 euros «pero todavía tenemos miel que hay que vender antes de comenzar la nueva recolección. La segunda opción es venderla a granel, que nos pagan 3,8 euros y con ese precio no cubrimos gastos».
De seis colmenas a una previsión de aumentar el negocio a 700. Poco a poco, el mercado crece y esta pareja que apuesta por trabajar y vivir en el medio rural tiene proyectos para hacer crecer la empresa.
Disponen de una nave que está en construcción a la espera de que la Junta de Castilla y León les conceda el permiso. «Pedimos el proyecto antes de la pandemia. De momento está parada, y el precio de los materiales va aumentando, así que todo se complica. Estamos a la espera de que la Junta de Castilla y León nos de el permiso para seguir avanzando».
La nave tiene una superficie de 200 metros y sus instalaciones dispondrán de zonas de reuniones, envasados, extracción y zona de visitas para hacer catas y demostraciones. «En nuestro proyecto de futuro tenemos pensado contratar a personal, cuando dispongamos de dinero, porque ahora lo hacemos todo nosotros dos, pero queremos crecer. La época de recogida de miel supone un trabajo físico que necesita a más personal, ahora que las colmenas crecen». La extracción de la miel se realiza normalmente durante los meses de verano a otoño.
A partir del mes de marzo el trabajo empieza a aumentar en las colmenas y en junio se inicia la recolección, una labor que obliga a desplazarse a diario a los lugares en los que están las abejas.
Leticia y Alberto encontraron en un entorno rural su forma de vida deseada. «Viví en Lisboa un año y estaba feliz, luego trabajé en León y cuando me quedé embarazada cambié de perspectiva, quería que mis niños se criaran en un pueblo y aprendieran la importancia de la sostenibilidad y el medio ambiente, y trasladarlo a la vida cotidiana. Antes era más urbanita y ahora me encuentro muy a gusto en el campo. Para mí supuso un cambio de paradigma. Aquí podemos ir andando a todas partes, disponemos de todos los servicios, colegios y actividades extraescolares».
Todo comenzó en 2015 como un juego para la familia. Los comienzos no son fáciles y Leticia y Alberto recuerdan todas las dificultades que han tenido que superar hasta llegar a este momento, en el que ya han adquirido más conocimientos para impulsar el negocio.
«En 2017 hubo una helada en marzo y fue fatídico para las colmenas», recuerdan. Además, el cambio climático incrementa el ataque del ácaro varroa, que se alimenta de las ninfas de las abejas y es un vector de otras enfermedades que atacan a las colmenas. «Hay que poner un medicamento en las colmenas una vez al año para evitar este problema. Hicimos un curso para formarnos».
Estos apicultores también atribuyen al cambio climático el cada vez menos perceptible paso de estaciones, sobre todo la primavera y el otoño. «Hay floraciones cada vez más tempranas y las abejas lo notan también, no lo pueden aprovechar. La sequía y el calor de este año en el mes de julio hicieron que disminuyera la producción de miel y las abejas se comen sus propias reservas».
Ensayo y error. Así es como han aprendido a producir una miel artesana con procesos en frío. La cristalización de la miel preserva el sabor, la calidad y las propiedades. «Cristalización es sinónimo de calidad».
Pero hasta conseguir esta miel que ahora gana premios, se les ha estropeado mucha miel. «La primera vez que sacamos miel de brezo se nos estropeó. Ahora hemos aprendido que tenemos que envasarla como mucho a los quince días de sacarla».
«Hemos venido para quedarnos». El amor al campo y la vida sostenible les anima a mantenerse firmes en el propósito de apostar por el medio rural para vivir. «Estos años son de inversión, todo lo que hemos ido comprando poco a poco. Hasta ahora ha sido todo un proceso artesano, manual, casi no teníamos maquinaria».
El primer paso fue aprender todo sobre las abejas y después comprar la tecnología que permitiera acelerar el proceso. «Más o menos, tenemos invertido hasta ahora 60.000 euros en maquinaria. La Diputación nos dio una ayuda por incorporación a empresa agraria».
La marca
Entre las inversiones realizadas hasta ahora está la etiqueta que visibiliza la marca La Cazurra, diseñada por Pablo Guerrero, un estudio de diseño gráfico y publicidad. En la etiqueta trasera de los botes hay información sobre la trazabilidad de la miel, el colmenar de origen y el bote, las floraciones más significativas y unas notas de cata. «Hemos invertido mucho en imagen también. Detectamos la necesidad de diferenciarnos de otros productores porque toda la miel de León es muy buena. Hacemos hasta dos o tres catas de cada colmena por separado».
En total, son quince colmenares repartidos en el Faedo de Ciñera, Vega de Gordón, Carrocera, Pola de Gordón, Barrios de Luna y Riosequino del Torío. «Al ser espacios protegidos por ser Reserva de la Biosfera nos ofrecen un ítem de calidad».
Apuesta por la zona rural
Las familias que apuestan por el medio rural disponen de recursos naturales «de los que hacemos un uso razonable», apuntan. «En nuestro caso somos cuidadores de abejas, las criamos. Una colmena es inviable en la naturaleza, de forma natural, por las enfermedades, no habría enjambres, se extinguirían. Estoy orgullosa de este trabajo porque los apicultores hacemos una labor importante para contribuir a la polinización», asegura Leticia.
«Los colmenares garantizan la viabilidad de los ecosistemas», sostiene Alberto. «Tiene que ser rentable, pero sobre sostenible desde el punto de vista medioambiental».
Con otros dos compañeros del sector, Izanes (Omaña) y Miel Salvaxe (Vega de Espinareda) formano la empresa Iberian Honey Bee para la formación de apicultores. «El pilar es la conservación de la abeja apis mellifera iberiensis , que es la autóctona. Detectamos que en León hay muchos apicultores, pero en su mayoría poco especializados».
La apicultura de León no tiene todavía marca de calidad. «Es un sector bastante opaco. La gente joven está dispuesta a hacer equipos, pero lleva tiempo formarse porque no se transmite la información. Nos parece importante compartir para que a todos nos vaya bien».