El castillo romano
Según estudios realizados por el investigador Domiciano Rodríguez Criado, la fortaleza fue testigo de enconadas batallas entre suevos y godos, presenció las distintas acometidas de los invasores musulmanes y también la derrota del rey Alfonso el Casto. Entre sus recios muros se alojaría durante ocho años el príncipe Vermudo, al igual que acogió al hijo de Carlomagno. Así hasta que Alvar Pérez Osorio, primer marqués de Astorga, hiciera del castillo la residencia familiar. En el transcurso del siglo XVIII se iría deteriorando tan magnífica construcción, según observaron ilustres viajeros de paso por la ciudad, como Whiterford Dalrymple en 1774 y Antonio Ponz en 1787. Aún así, por entonces se erigía sobre la puerta principal el escudo de los Osorio con dos lobos de gules pasantes en un campo de oro y bordadura con ocho aspas también en oro. Y la leyenda que aseguraba: «Do nuevo lugar posieron, moverla jamás podieron». Ante la previsión de nuevos ataques y asedios como los establecidos por los soldados franceses de Napoleón Bonaparte, en 1811 se derribaron gran parte de los cubos y murallas del castillo, empleándose el material en rellenar la subida del postigo de San Julián. Adquiridos los restos por la corporación municipal astorgana en 1850, poco más tarde se procedería a derribar por completo sus últimos vestigios. El año 1872 y en el mismo solar ocupado antaño por el magnífico castillo, se construyó una plaza de toros que, por supuesto, también desapareció muchas décadas atrás. Pero, en fin, a despecho de ausencias provocadas por el inevitable desgaste que trae consigo el acelerado correr de los tiempos, tanto la muralla como el castillo que estuvo en su día conectado a la cerca, ya forman parte de las mejores esencias del paisaje astorgano.