Diario de León

OPINIÓN Vicente M. Encinas

La centenaria de Grajal

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Nació cuando la escarcha y la nieve reseca cubrían las calles embarradas de Grajal. Nació junto al Araduey, cuando el Araduey estaba poblado de lirios tardíos, carrizos y cangrejos verdes. Fue el día 28 de diciembre de 1897. La llamaron Inocencia, porque el día 28 de diciembre es la festividad de los Santos Inocentes. Cumplió, hace unos días, 105 años de edad. Al nombre le agregaron los dos apellidos de fuerte sabor y origen judío: Salomón Toledo. Vive actualmente en Irún, donde ha sido agasajada por las autoridades vascas y navarras. Su nombre aparece anualmente en la prensa de aquellas comunidades. Sus ascendientes hunden las raices en las sombras seculares de los siglos y los tiempos y nos trasladan a la espléndida y tolerante época, en que la Judería de Grajal era el núcleo hebreo más numeroso e importante de los campos góticos superando a Sahagún y Cea. Cuando a finales del siglo XV tuvieron que abandonar la villa, hostigados por decretos aberrantes de expulsión, quedaron soterradas ciertas huellas que aun perviven: los Garzón, los Espinosa... Quién sabe si la familia de Batruch Spinoza, Benito Espinosa para nosotros, en su viaje de destierro a Lisboa y luego a Amsterdam, no arrancó de la judería de Grajal... Benito Espinosa es el mayor filósofo panteísta de la historia, que intentó sembrar la ética, en la conducta humana, de forma inexcusable, geocéntrica y matemática. Inocencia Salomón Toledo pasó su infancia y juventud entre las casas señoriales y solariegas de la villa. Aprendió el oficio de modista o costurera que desarrolló, con virtuosa perfección, a través de toda su complicada peregrinación por la vida. Todavía, hoy en día, plena de resortes, facultades y memorias, agita los dedos con increíble maestría. Se casó, en la villa, con Maudilio Encinas de Andrés, hijo de aquel gran trabajador de viñas y cavones que se llamaba Encinas Borge. La filoxera, a la vez que secó las cabezas y comió el corazón de las vides, a partir de 1917, los arrojó de Grajal y los lanzó a la dura emigración en tierras extranjeras y nacionales. Mientras dos hermanos de Maudilio terminaron en América, el joven matrimonio recaló en las minas asturianas. Aún se conserva aquella lámpara inglesa que explosionaba el grisú. Dejaron atrás el aire que corre entre el Palacio Condal y el castillo y el valle del Profeta o Valdedabí. Volvieron por los otoños y siempre que el impulso de aves los conducía a la arcilla de sus orígenes. La búsqueda de trabajo los llevó a residir en Toulouse (Francia), donde nacieron los hijos, mientras Inocencia cosía y diseñaba delicadas prendas en la casa familiar. Aquí residieron diez años. Luego se trasladaron a Barcelona. Cuando el trabajo y la felicidad de un salario fijo comenzaron engañosamente a iluminarles el futuro, llegó la Guerra Civil de 1936. El marido terminó en un campo de concentración, mientras ella, ágil y valiente, se las arregló para introducirse en España con sus dos hijos y su hermana Josefa que, hoy en día, ronda los 98 años. Se instaló en Irún. Aquí mantenía la casa y la familia. Al cabo de un años llegó el marido con las estigmas del hambre, el frío y las alambradas. Ya no se movieron de Irún, aunque el esposo se trasladaba diariamente a los talleres de Renfe en Beasaín. Hace unos días me preguntó si, en su inolvidable Grajal, las autoridades no se acordaban de ella. Yo le contesté: no se extrañe, los olmos de Grajal nunca dieron peras. Los ediles de la villa se hallan demasiado enredados en sacar tajada de las nalgas de los condes. Es mejor escuchar, cuando muere la tarde, al cárabo del Castillo: Nacida de tierra y barro / en el silencio más crudo / por el Araduey arriba / peregrinó por el mundo. / ¡Que los dioses la protejan / y los vientos sean suyos!.

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