Diario de León
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Manuel García Prieto cursaría la primera y segunda enseñanza en Astorga, «con gran aprovechamiento» al decir de sus profesores, marchando después a Madrid con su padre, cuando don Manuel Vicente fue nombrado juez. Años más tarde culminaría su brillante carrera como magistrado del Tribunal Supremo. Siguiendo la tradición familiar, el joven Manuel cursó la carrera de Leyes en Madrid y al terminarla, ingresaría por oposición en el cuerpo jurídico militar. Era el momento de arreglar los asuntos sentimentales, cuestión en la que su padre actuó de forma decisiva. Don Manuel Vicente tenía como íntimo amigo a don Eugenio Montero Ríos, el famoso jurisconsulto y político liberal, hasta el punto que, en vista de la corriente de simpatía que existía entre los respectivos hijos, ambos concertaron la próxima boda entre ellos. Sin embargo, tras el fallecimiento de don Manuel Vicente, nuestro protagonista dejó enfriar aquellas relaciones, a pesar de que don Eugenio le nombró enseguida primer pasante de su bufete. La situación llegó al punto de que el propio Montero Ríos hubo de reconvenirle por su despego, haciéndose saber entonces el compromiso, para él sagrado, que había adquirido con su padre, a quien deseaba sustituir políticamente. Los floridos escritores de la época explicaron así el desenlace de tan agitado romance: «Esto bastó para que estallase en don Manuel el profundo amor que sentía hacia la hija de don Eugenio, quedando poco después convenida la boda con la ilustre señora que hoy llena de felicidad su hogar». Tras resolver esta peliaguda cuestión, había llegado el momento de que don Manuel García Prieto emprendiera la carrera política que le llevaría a los puestos más destacados del Estado.

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