La maldición

Ha caído sobre Veguellina de Órbigo. EL tren ese invento maravilloso y acercador de sentimientos. El tren, ese objeto de deseo de tantos brazos que esperan a sus seres queridos. El tren, ese libertador de sueños, que siempre nos ha mecido con su rumrum de padre metálico y poderoso. Ese tren, ahora va a ser nuestro dragón come-pueblo. ¿Qué ha hecho este pueblo mío, para merecer el castigo del tren de alta velocidad, rompiendo el pueblo, separando a sus gentes, dividiendo a los vecinos?. Me sigo preguntando si Veguellina de Órbigo es merecedora de tanto daño. Primero nos cerraron a madre azucarera, luego nos han construido un monte para salir del pueblo, como para prevenirnos del futuro y de la bonanza. Ahora ya nos va llegando el tufo del Centro de Tratamiento de Residuos Sólidos Urbanos (CTR). Y para colmo nos quieren matar a nuestro padre tren de siempre, para traernos a ese clon (contra el que por otro lado tampoco estoy en contra, pero no aquí, los señores ingenieros tienen mucho campo para jugar a correr con sus juguetes gigantes) que vuela y lo único que va a dejar en Veguellina de Órbigo es una estela de paro, alejamiento e indignación. El tren, que ha dado a este pueblo prosperidad, alegría y modernidad, ahora le quiere asesinar y convertirle en testigo muerto de futuro y esperanza. Pero desde aquí quiero lanzar el grito de guerra: ¡No al cierre del paso a nivel!. ¡No al tren de alta velocidad rompiendo un pueblo!. No queremos mas pasarelas. No podemos quedarnos contemplando este desastre como si no ocurriese nada, como si ya estuviésemos acostumbrados a que nos den palo y aguantar. Muy al contrario, lo que deberíamos es exigir que nos den las mismas posibilidades que a los demás, y no nos anden con las migajas que le sobran a otros, para que luego encima nos revienten las ruedas asesinas de un invento que para nosotros va a ser mortal. La política es la responsable de que sobre nuestro querido pueblo Veguellina de Órbigo se centre una poderosa maldición, pero nosotros, los habitantes tenemos la responsabilidad de poner todas las trabas para que la maldición no se cumpla. Tenemos que emplear toda nuestra energía para que no nos maten el pueblo.