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CARTA TE ESCRIBO Martín Martínez

Pintar La Cabrera

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León

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Querido hermano: Espero que, al recibo de la presente, disfrutes de buena salud, tengas los nervios templados y aceptes con resignación los días de tormento electoral que nos quedan, que al fin y al cabo no hay mal que cien años dure. Por aquí vamos trampaleando como Dios nos da a entender y, desgraciadamente, despidiendo amigos; porque sabrás que se nos fue Manolo Herrero, Farina, todo un sabio de la cocina astorgana; hasta aquel fatídico incendio que se llevó por delante «El Moderno», Manolo templó, restauró los estómagos más exigentes que pasaban por aquí, y por supuesto los nuestros. Después ofició en el "San Marcos" e impuso, como el sabía hacerlo, el cocido maragato; pues hay que decir que fue Manolo, quien por primera vez llevó a cabo aquella locura de Pachín Roa y Alonso Luengo de servir el cocido comenzando por la «ración». Roa, Luis, Manolo y Angelito fueron las cuatro patas del escañil para el cocido; quede de ello constancia y la despedida a Manolo. Y para que vayas sacudiendo los malos humores de la campaña, querido, ahí te va un consejo.; tienes la oportunidad de buscar un remanso de paz, un punto de relax y disfrute contemplativo, en lo que decís ahí "Casa de las Carnicerías". Pilar y Severino han metido la Cabrera en el corazón de León. Para mi eso no es «redescubrir La Cabrera» como reza el catálogo; es, hermano, dar de bruces con una realidad que muere por inanición, una realidad que se escapa a borbotones, por las prisas que nos hemos imprimido en el siglo y arrumban la tradición, la cultura ancestral a cambio de nada, de aluminio, de pvc, de ladrillo, de uralita. Se ha confundido lo confortable con modernidad y arrumbamos las viejas técnicas, los sabios modos, por la precipitación y, acaso, por la economía; y aquí entran las instituciones. Por eso te digo que la exposición de Seve y Pili no la veo como redescubrir La Cabrera; me parece más bien un testamento, una documentación imprescindible para el día de mañana; porque todo lo que ellos nos muestran, como verdaderos fedatarios, en esos dibujos y óleos son, hay que decirlo, ruinas, miserias, escombros a veces, testimonios mudos que se escapan día a día, sin que nadie haga nada, -vuelvo a las instituciones- por frenar esa sangrante sangría. La obra de estos eremitas de Truchillas, estoy seguro que no servirá para frenar ese desamparo institucional, pero nos servirá para que dentro de unos años nos percatemos de la burrada, y lamentarla ante los cuadros; porque somos un país de lamentos, hermano. Haz una visita a la exposición, querido; graba en tu retina esos sensibles dibujos de Pili; observa su maestría, su minuciosidad, siente el tacto de la vieja madera, el encanto de las cerraduras, el mensaje de las chimeneas, la precariedad de elementos que han aguantado siglos; y verás la fidelidad de una artista que ha captado, con la belleza, la decrepitud, el olvido y el abandono como notaria de un tiempo que se nos escurre por nuestra ineficacia y falta de sensibilidad. El contrapunto, y complemento, es de Severino en esas portaladas, corredores y techos pajizos, hornos exentos y voladizos, de Trabazos pongo por caso, que encierran la esencia de una Cabrera que se va. Así que, contémplala pues en pocos años será recuerdo; imprégnate de esa luz encendida, transparente, diáfana, sutil, luz que todos vemos, pero que solamente capta Severino en esa comunión que, con su esposa han hecho de La Cabrera. Observa la exposición y empápate, porque lo que te digo no tiene marcha atrás. Lo decía Manolo, nuestro cura montaraz: esto representa la huida, una despedida dolorosa pero cierta del terruño. Podemos estar a tiempo si no miramos con indiferencia estas obras maestras y testimoniales. Porque pintar la Cabrera es un privilegio de pocos.

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