CRÉMER CONTRA CRÉMER
De pacto en pacto
Se hace tan difícil desprenderse de sucesos inesperados que invaden todos los sentimientos posibles en el ser humano, que los que andamos arrastrados por sus influencias, en razón de nuestra propia condición como seres humanos y de nuestro oficio, declinamos cualquier otra forma de compromiso que no sea el de expresar el dolor y transmitir a las víctimas el sentimiento de nuestra total condolencia; sesenta soldados de España, sesenta vecinos de nuestros pueblos, sesenta amigos de nuestros esquemas de vida, cuando regresaban de cumplir una misión de paz en territorios en llamas, encontraron la muerte. Cualquier forma de análisis por parte nuestra sería, además de inconveniente y absolutamente desautorizado por nuestra profanidad, sería digo una herejía. Porque no es tiempo ni de ocasión para exigencias, sino de dolorido sentir. Porque también nosotros, los leoneses, hemos pagado el tributo de muerte que nos fuera atribuido por el destino con la muerte de dos vecinos, de dos compañeros, de dos amigos. ¡De corazón, lo sentimos!... De modo que dedicar espacio y trabajo a intentar entender el jeroglifismo de la prueba electoral que hemos pasado, parece, no una herejía sino un escarnio. Y sin embargo esta es, estas son las peripecias de nuestra hora. Y hacia sus consecuencias vamos como el Bernesga al mar. Cuando todavía en los tanatorios electorales, los cadáveres de algunos cuerpos políticos esperan ser sometidos a examen, para cerciorarse de que verdaderamente en este pleito que acabamos de dirimir, ninguno de los contendientes ha ganado, los restos de la batalla, milagrosamente, se reúnen para intentar restablecer la situación, sin merma de sus proyectos e ilusiones. Nos dirigimos hacia el tiempo de los Pactos. De nuevo, como en el pasado ejercicio, los leoneses de todo signo, color y condición, con derecho a entrada, nos reuniremos para repartirnos el botín. Porque esto sí que es como si verdaderamente hubiéramos matado el uso y conviniéramos en que era llegada la hora de repartirnos la piel. El que más y el que menos, considerando que la parte contratante es a la otra parte contratante como el rabo a la zorra y las orejas al chacal, el que más y el que menos aspira a ser nombrado Archipámpano de las Indias o Abad de la Cofradía de la Divina Garza. Pactaremos, si a ello nos obligan las resistencias del contrario, todo lo que haya que pactar, desde la cesión del taburete o escaño que hubiéramos creído merecer por nuestros valiosos servicios, hasta la presidencia de la Junta Mayor de todos los municipios habidos y por haber. Nada podrá detenernos cuando llegue la hora ferial del reparto aunque digamos lo contrario para disimular. Y si es preciso abdicar de nuestra condición de demócratas o de machistas leninistas de toda la vida, lo haremos, sin ningún rubor, con tal de que seamos premiados con la Medalla de Oro de la constancia. Porque dicen que el que la sigue, la mata. Cuando todavía no habremos logrado ponernos de acuerdo para ocupar los puestos sacados a subasta democrática, se nos dará el nombre de aquel que vendrá a redimirnos, en sustitución del vencedor de todas las batallas, Don José María Aznar. Será en septiembre, anuncian los portavoces, pero ya desde este mismo momento nos disponemos a establecer la estrategias que mejor conviene para que el novísimo ocupante del Palacio sea aquel que anunciaron los profetas y que, según todas las profecías, llegaría a la tierra para salvarnos. Si, por alguno de esos accidentes imprevistos que ocurren en las mejores familias políticas, el candidato a Presidente no fuera el que cada uno de los españoles tiene en su agenda azul, que nadie se rasgue la túnica. ¡Habrá llegado el momento de tirar de la cadena! Mientras, a ver cómo se pacta en estos nuestros verdes prados.