CRÉMER CONTRA CRÉMER
Del mundo de la Cultura
MIENTRAS se aclara el misterio sobre el verdadero vencedor de esta batalla municipal y espesa que acabamos de librar, o por mejor decir, que estamos librando, porque ahora, en la hora del reparto, viene lo del crujir de dientes, lo del pacto y lo de la verdadera distribución de la riqueza... Pues mientras esperamos sentados a que por una vez y naturalmente sin que sirva de ejemplo, se nos diga a qué sigla debemos quedarnos, vamos a sugerir el tema o problema o cuestión o asunto del hecho cultural. La sociedad, además de estructurarse mediante la conjunción de valores reconocidos, como pueden ser partidos políticos, presuntamente democráticos: sindicatos, partidos por gala en dos; iglesia vaticana y apostólica, entre otros medios importantes y a veces transcendentes de entender la vida, se forma, se conforma y se nutre de sustancias culturales, sin las cuales, la familia social no pasa de aquel estado primitivo que se exhibe en las películas con monos... La Cultura señoras y señores, es, dicho sea en palabras sabias prestadas, lo que le queda al hombre, bueno y a la mujer, después de que en el transcurso del tiempo «olvida lo que ha aprendido». El homínido recoge conocimientos desde que nace hasta que corona su naturaleza, que suele suceder cuando alcanza los cuarenta años. Y este fue uno de los datos más acusados a la par que más alarmantes del programa electoral: ninguno, que nosotros sepamos, dedicó ningún motivo de su texto, de su misionación política a recoger y tratar en profundidad de la más dramática carencia de la sociedad española actual: la Cultura. A ninguno de nuestros ínclitos candidatos se les ocurrió suponer siquiera que la Cultura, como la psicología de masas o la filosofía de la conquista del poder, puede ser tan sugestiva y eficaz como la explotación de la guerra del petróleo o el «prestige» galaico o la bodorra escurialense de la hija del señor. En ninguno de los programas cubiertos de ofertas, se añadió la de la decadencia de la cultura en España, en León, en las islas de Formentera y Cabrera y en los poblados de las Hurdes. Como si la cultura fuera una entelequia, una metáfora inventada por poetas chirles, le pasó por alto y por bajo y nadie, absolutamente nadie, que nosotros sepamos, ha tratado de sugerirle al elector que abandonara sus tendencias al botellón y al energumenismo y procurara leer de vez en cuando alguno de los libros que tan inútilmente se editan en nuestra culta nación. Y esto, señoras y señores, es grave. Y los organismos que se prepararan para el futuro debieran enmendar este error, este profundo error, este lamentable error, que nos sepulta en la sima de los pueblos analfabetos que saben leer, aunque ignoren para qué puede servirles. Las muchedumbres se acumulan rebañegas, en convocatorias en las cuales se ofrecen distracciones, divertimientos, motivos de exaltación o de histeria, que se sigue llamando «cultura de nuestro tiempo», y no es eso. Habrá que aceptar los hechos, porque tampoco vamos a negar los fenómenos que se producen a nuestro alrededor, pero ni la droga es cultura ni las descaradas servidoras del desenfreno pueden aceptarse como conciertos de cultura musical, sino, a lo sumo, como forma de expresión de un tiempo y por parte de grupos, culturalmente desnaturalizados, que se mueven espasmódicamente ante una multitud de muchachos rebeldes... Como ¡ay! Tampoco debe considerarse acto cultural, digno de ser anotado en el carnet obligatorio aquellos ceremoniales que los organismos inferiores se afanan en tutelar, como para que no se les escapen, y de dirigir, como para que no adquieran estilo personal, o verdaderamente cultural pero libre. La Cultura dirigida es, si se quiere, una degradación de la cultura.